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Ecuación de Dirac

Parte 2: Distancia

VII

Superar

Agosto de 2024, Japón

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Agosto de 2024, Japón.

Le siguió el beso, la presión en su pecho aumentó, le costaba respirar. Pero no de una forma linda que le liberara tensiones sexuales o le hiciera desear más. Inasa pasó las manos por su cadera y besó su cuello. Shoto le puso ambas manos en el pecho y empujó. No podía hacerlo, no podía. ¿Por qué no podía? Nunca antes le había costado.

El joven, alto y corpulento, le dio espacio, hizo una pausa, esperó. Pero Shoto no dijo nada. Se quedó a dos brazos de distancia, con la vista fija en algún punto del suelo, con el pelo revuelto y el corazón a doscientos latidos por minuto.

—Lo lamento, Sho. No te preocupes, no voy a forzar las cosas, puedo esperar todo el tiempo que necesites.

Shoto alzó la vista hasta su compañero... mentalmente se reprendió y se corrigió, su pareja. No entendía por qué sucedían esas cosas. Inasa le había dicho muchas veces, en lo que iba del año, cuánto lo quería y Shoto había experimentado cientos de emociones con él. Estaban saliendo juntos, le hacía sentir bien, le daba amor, calma y comodidad, era verdadero, y era tan cariñoso que le provocaba hormigueos en todos lados. Pero ¿por qué no podía entregarse entero?

—Quiero hacerlo.

Era cierto, tan cierto que le daba bronca poner esas limitaciones inexplicables, como barreras, cuando estaban cerca y en el ambiente correcto.

Inasa le sonrió. Se acercó despacio, le besó la frente.

—No tienes que presionarte así. Prefiero que esperemos hasta que te sientas cómodo con esto.

—Estoy cómodo contigo —reprochó, más a su propio cuerpo que al de su pareja—. De verdad. Y sí tengo ganas. Han pasado tres meses desde que empezamos a salir juntos. Quiero compensarte lo que me has dado.

La sonrisa del otro se volvió una risa estruendosa, lo apretujó en un abrazo y de inmediato se puso serio.

—Pero todavía asocias esto con esa persona, ¿verdad? —Todo dentro de Shoto se congeló y sus heridas, aún abiertas, sangraron sin descanso entre las grietas del hielo. Le había contado sobre Bakugou desde aquella noche en el bar, pero no había mencionado quién era ni tenía pensado hacerlo—. Yo no voy a desaparecer, Sho, así que tenemos mucho tiempo.

Los ojos se le llenaron de lágrimas y se aferró a ese inmenso cuerpo con toda la fuerza que tenía.

—Quiero olvidarlo —dijo—. Quiero que me hagas olvidarlo. Ahora.

Estaba siendo completamente egoísta, pero lo que más quería era dejar de ver a Bakugou Katsuki en sus sueños y dejar de pensarlo cuando estaba despierto. Él estaba muy ocupado revolcándose con otras personas. Sin pensarlo, se lanzó en besos y caricias hacia el joven que lo tenía entre brazos, incitó los actos libidinosos entre lágrimas e ira contenida. Iba a olvidar a Bakugou aunque fuera lo último que hiciera.

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