Capítulo 22

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Disclaimer: Los personajes de esta historia son de Rumiko Takahashi.

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INUYASHA

–¿En dónde estás? –solté de inmediato.

–En la clínica, Inu por favor...

–Quédate ahí, llego enseguida

No esperé su respuesta y corté la llamada. Kag aún me miraba sin entender nada. Apreté el celular bajo mis manos odiándome por ser la persona en la que me había convertido.

–¿Vas a algún lado?

La voz de Sango me detuvo apenas di la media vuelta.

–¿Inuyasha?

–Sí, tengo algunos asuntos que atender en la clínica.

–Pero...

–Sango, sé que no estoy en posición de pedirte nada, pero por favor –giré para buscar sus ojos– Puedes llevarte a Kagome a la casa. Estaré más tranquilo si ella está allá.

–¿Pasó algo malo? –No respondí– Inuyasha, dime ¿hay algo que yo deba saber?

–Te lo contaré después. Lo prometo, pero por ahora por favor haz lo que te pido.

–Bien –asintió.

–Gracias.

Y salí de inmediato. Tenía que poner fin a una idea estúpida que estaba rondándome en la cabeza hace poco. Y lo tenía que hacerlo YA.

–Doctor Taisho, buenos días.

–Buenos días Leya, sabes ¿dónde está Kikyo?

–La doctora está en su consultorio, pero...

–Gracias –solté de inmediato yendo a los ascensores del lugar.

Como era de esperar el pasillo estaba abarrotado de gente. Por lo visto Kikyo estaba muy ocupada, pero muy poco me importó.

Abrí la puerta sin llamar y al ver la sorpresa en su rostro y en la de su paciente supe que había sido un acto impulsivo.

–Inu...

–Tienes treinta segundos para que este lugar quede completamente vacío –advertí.

–Pero.

–Veintiocho, no me hagas esperar Kikyo porque hoy no estoy de humor. Veinticinco...

La mujer me miró sorprendida, hasta que comprendió que no estaba bromeando.

–Disculpe, pero voy a tener que reprogramar su cita para la tarde –La paciente iba a protestar, pero entonces ella me miró– Por favor, no quiero hacer esperar al doctor, olvidé que teníamos una reunión de última hora.

–Diez...

–Por favor –insistió Kikyo empezando a desesperarse.

–Bien, pero exigiré que me devuelvan mi dinero.

–Claro que sí, está en todo su derecho. Cuídese, nos vemos en la tarde, sí, adiós.

Escuché un suspiro de alivio una vez que cerró la puerta.

–Inu, ¿por qué hiciste eso? –cuestionó acercándose a mí sin detenerse– ¿Sabes la cantidad de pacientes que tengo hoy día? –Se detuvo a unos cuantos centímetros de mi cuerpo– ¿Qué pasó, a qué se debe todo esto? Acaso... –recorrió con sus manos el inicio de mi corbata– ¿Querías que nos quedemos los dos solos...?

ENTRE PROMESAS ROTASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora