Capítulo 1

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Disclaimer: Los personajes de esta historia son de Rumiko Takahashi.

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KAGOME

–Creo que lo mejor será que nos divorciemos.

En ese momento todo dejó de importar, me entretuve viendo por la ventana a toda esa gente pasar. Sin problemas, probablemente felices por sus vidas perfectas y sin preocupaciones, suspiré.

–¿Kagome? ¿Me estás escuchando?

Giré levemente la cabeza y me encontré con un par de ojos dorados que me veían con incertidumbre.

–Sí –respondí jugando con la servilleta que había sobre la mesa–, yo también lo he pensado.

–¿Enserio...?

–Sé perfectamente que todo ha cambiado Inuyasha, también lo he notado, nuestros trabajos nos consumen y lo peor de todo es que lo hemos permitido.

Se llevó la taza de café humeante a los labios para luego beber de ella.

–Vaya, no pensé que esto terminaría así –dijo realmente sorprendido– Me esperaba una escena más...

–¿Qué? ¿Dramática? –dije mirando hacia otro lado– Los dos somos adultos, se supone que debemos de ser maduros.

–Y lo somos –dijo mirando hacia el mismo punto fijo que yo.

Por un momento me pareció ver que Inuyasha me veía a través del reflejo de la ventana y entonces bajé la cabeza. Con las mil preguntas atormentando mi mente recorrí la mesa con la mirada, hasta que mis ojos dieron con el dorso de su mano, mano que por cierto ya no llevaba nuestro anillo.

¿Hace cuánto tiempo ya no lo llevaba puesto? ¿Desde hace cuánto estaba pensando en esto?

Busqué mi cartera y cuando lo hice, Inuyasha ya había llamado al mesero para pagar la cuenta.

–Esta noche invito yo –aseguró pasando la tarjeta.

El joven mesero le sonrió antes de irse. Aproveché el momento para tomar mis cosas y salir de aquella cafetería. Necesitaba algo de aire, necesitaba dejar de sentir tanta presión, sentía que me estaba ahogando.

–Kagome –Me detuve apenas escuché su voz– El auto está allá, vamos –No dejé de mirarlo– Tranquila, solo iré a dejarte a casa, esta noche dormiré en un hotel.

Asentí sin decir ni una sola palabra, cuando en realidad tenía mucho que decir. Me senté en el asiento del copiloto como de costumbre y miré por la ventana. Nunca antes el trayecto a nuestra casa se me había hecho tan largo.

Cuando llegamos de pronto me sentí mareada. No podía creer que así sería como todo terminaría entre nosotros.

¿Cómo se pasaba de una salida tranquila a una propuesta de divorcio así nada más?

–Mañana pasaré por mis cosas, ¿te parece si llamamos al abogado cuando salgas del trabajo?

–¿Tendrás tiempo a esa hora? –pregunté realmente sorprendida.

Ya que su trabajo como doctor en una de las mejores clínicas del país nunca se lo había permitido, y los almuerzos entre nosotros estaban prácticamente vetados.

–Saldré temprano, por eso pasaré por mis cosas.

–Entonces ¿te veré en casa cuando salga del trabajo? vaya, esa sí que es una novedad.

ENTRE PROMESAS ROTASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora