CAPITULO 54

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Paul AtreidesSOY CONSCIENTE de la pesada presión que siento en el pecho cuando veo a salir de la habitación. Intenta ser fuerte y esconder su dolor, pero estoy seguro de que lo que pasó anoche la está destrozando. La crisis de esta mañana ha sido solo la punta del iceberg y saber que soy culpable de esto —que soy culpable de todo— se suma a la violenta rabia que me revuelve el estómago.


Todo esto es por mi culpa. Si no hubiera estado tan ansioso por contentarla, por hacerla feliz concediéndole todos sus caprichos, nada de esto hubiera sucedido. Tendría que haber hecho caso a mis instintos y haberla dejado en la finca, donde nadie pudiera tocarla. Como mínimo, tenía que haberme negado a ir a ese dichoso club.


Pero no, me he vuelto blando. He permitido que mi obsesión por ella me nuble el juicio y ahora está pagando los platos rotos. Ojalá no la hubiera dejado ir sola a ese baño, ojalá hubiera escogido otro club... Los remordimientos me reconcomen hasta que siento que me va a explotar la cabeza.


Tengo que encontrar una vía de escape para mi ira y la necesito ya. Me giro y voy derecho hacía la puerta principal.

—He traído aquí al primo —dice Gurney  en cuanto salgo a la entrada—.

Supuse que hoy no querrías hacer el viaje hasta Arrakis.


—Perfecto. —Gurney me conoce demasiado bien—. ¿Dónde está?


—En el doptero de ahí. —Señala un doptero negra aparcada estratégicamente tras los árboles más alejados.


Me dirijo hacía ella, con una sombría determinación mientras Gurney y Duncan me acompañan.


—¿Nos ha dado algo de información ya? —pregunto.


—Nos ha dicho los códigos de acceso al garaje y a los ascensores del edificio de su primo —contesta él—. No fue difícil hacerle hablar. Supuse que sería mejor dejarte el resto del interrogatorio, por si querías hablar con él en persona.

—Bien pensado. Claro que quiero. —Me acerco al doptero, abro las puertas traseras y miro en el oscuro interior.

Hay un chico delgado tumbado dentro, está amordazado. Tiene los tobillos atados a las muñecas por detrás de la espalda, retorcido de una manera muy poco natural, y la cara ensangrentada e hinchada. Me llega un fuerte olor a sudor, miedo y orina. Duncan y mis escoltas han hecho bien su trabajo: le han dado una buena paliza.


Ignoro el hedor, me subo al doptero y me doy la vuelta.

—¿Está insonorizada? —pregunto a Duncan, que sigue fuera. Asiente.

—En un noventa por ciento.


—Bien. Debería ser suficiente.

Cierro las puertas y me encierro con el chico. Enseguida empieza a retorcerse en el suelo y a hacer ruidos desesperados tras la mordaza.

 Enseguida empieza a retorcerse en el suelo y a hacer ruidos desesperados tras la mordaza

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SECUESTRADA (Timotheé Chalamet y tu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora