SE ME PARA el corazón un instante y la adrenalina me explota en las venas.
Antes de que pueda reaccionar, Paul ya ha entrado en acción. Me desata el cinturón de seguridad, me agarra del brazo y me tira al suelo del doptero.
—Quédate ahí —grita.
Me quedo mirándolo atónita mientras levanta el asiento, que deja al descubierto un enorme alijo de armas.
—¿Pero qué...? —balbucea mi madre justo cuando el doptero pega un volteo que me lanza contra el lateral del asiento de cuero acolchado.
Mis padres se ponen a gritar aferrándose el uno al otro y Paul se sujeta del borde del asiento levantado para evitar caerse.
Entonces lo oigo.
Es el ta-ta-ta-ta-ta de una metralleta. Alguien nos está disparando.
—¡________! —Mi padre está blanco como el papel—. ¡Agárrate a mí!
El doptero pega otro volantazo y mi madre vuelve a gritar, asustada. Por alguna razón, Paul se mantiene firme y se encuentra inclinado sobre el alijo al tiempo que el doptero acelera cada vez más. Desde el suelo, lo único que alcanzo ver son las copas de los árboles que pasan a toda velocidad.
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Vuelven a dispararnos. Los árboles pasan cada vez más rápido y los tonos verdes se difuminan ante mis ojos. El corazón me late tan fuerte que casi ahoga el sonido.
—¡Ay, Dios!
Ante los gritos de mi madre, me agarro a un asiento y logro ponerme de rodillas para mirar por la ventana trasera.
El panorama que me encuentro parece sacado de una película.
Detrás de los siente dopteros
de nuestros escoltas, hay toda una horda de dopteros.
Alrededor de una docena son dopterores normales y también imperiales
. Hay hombres con rifles de asalto asomándose por las ventanillas, abriendo fuego contra nuestros escoltas, que hacen lo mismo. Mientras los observo atónica, veo que uno de los dopteros de nuestros perseguidores ha logrado acercarse a uno de nuestros ornidopteros y lo ha embestido por el lateral en un aparente intento de sacarlo de la carretera.
