PAUL ATREIDES
ENCUANTO ENTRAMOS en el dormitorio, _______ se disculpa y va a refrescarse.
Entra en el cuarto de baño mientras yo me desvisto, disfrutando de la liberación que supone no tener ningún brazo escayolado.
Todavía me duele el hombro izquierdo cuando hago ejercicio, pero estoy recuperando la fuerza y la amplitud de mis movimientos. Los dolores de cabeza y los efectos de la vista cansada están remitiendo día tras día y he aprendido a compensar el ángulo muerto de visión hacia la izquierda girando la cabeza con mayor frecuencia.
En resumidas cuentas, casi he vuelto a la normalidad, pero no puedo decir lo mismo de _______.
Cada vez que sus gritos me despiertan o empieza a hiperventilar de forma súbita, me inunda el pecho una mezcla tóxica de rabia y culpa. Nunca he sido propenso a vivir en el pasado, pero no puedo evitar que me embargue el deseo de ser capaz de retroceder en el tiempo y deshacer todas las putas decisiones que han desencadenado consecuencias indeseadas.
Y así poder volver a tener a _______, a mi _______, de vuelta.
Sale del cuarto de baño unos minutos después, recién duchada y con una bata blanca. Su piel suave resplandece por la temperatura elevada del agua y su larga melena oscura permanece recogida de cualquier manera en un moño en lo alto de la cabeza, dejando expuesto su cuello esbelto.
Un cuello que empezaba a parecer demasiado delicado, casi frágil diría yo, por el peso que ha perdido recientemente.
—Ven aquí, cariño —murmuro, dando una palmadita a mi lado en la cama. Había estado pensando en castigarla por lo de la cena, pero ahora solo quiero abrazarla. Bueno, follármela y abrazarla, pero el sexo puede esperar.
Camina hacia mí y no tardo en tenerla a mi alcance. Cuando la siento en mi regazo, me doy cuenta de la ligereza alarmante de su cuerpo y de esas sombras que tiene bajo los ojos, que delatan su cansancio.
Está completamente agotada y ya no sé qué hacer.
El psicólogo que traje al castillo hace tres semanas parece que no sirve de mucho; _______ ni siquiera consiente tomarse los ansiolíticos que le recetó. Podría obligarla, pero la verdad es que no me fío de esas pastillas. Lo último que quiero es que _______ desarrolle una adicción a los fármacos.
Solo la liberación sentimental que obtiene por el dolor sexual parece ayudarla —al menos durante un rato—. Lo necesita, me lo suplica prácticamente cada noche.
Mi gatita se ha vuelto adicta a recibir el dolor que le inflijo. Y esa novedad me encanta y me destruye por dentro al mismo tiempo.
—Apenas has comido otra vez —le digo con suavidad, reacomodándomela sobre las rodillas.
Levanto el brazo y le quito la horquilla que le sujeta el pelo, observando cómo cae en una oscura, espesa y sedosa cascada—. ¿Por qué, cielo? ¿Le pasaba algo a la comida de Camille?
—¿Qué? No... —empieza a decir, pero entonces rectifica y añade—: Bueno, tal vez. Es solo que no me ha gustado la crema. La he notado demasiado fuerte.
—En ese caso, pediré a Camille que no vuelva a prepararla.
Recuerdo con claridad lo mucho que le gustaba esa receta a _______, pero decido no mencionarlo. No me importa lo que coma siempre y cuando su estado de salud sea bueno.
—Por favor, no le digas que me he quejado —me ruega _______, con la inquietud reflejada en la mirada—. No quiero que se ofenda.
Una sonrisa tira de mis labios.
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SECUESTRADA (Timotheé Chalamet y tu)
Roman d'amourNovela adaptada Créditos a quien corrresponda