Calieht

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Mi caos fluía con tanta naturalidad que me sentía un poco ajena a mis movimientos, como si mi triste consciencia estuviera en segundo plano mientras movía mis dedos por el aire testeando la nada y los aleteé hasta que una de mis yemas palpó una invisible grieta en medio de la oscuridad. Era áspera y repleta de una abrazadora densidad. Parecía querer succionarme. Vacilé. ¿Dónde me vomitaría si entraba? ¿Había una posibilidad que me llevase devuelta al cielo? No, no, no.

Batallé por negarme y este terco cuerpo no cedió. No. Clavó eso dedos negros revestidos de raíces doradas con rebelde ímpetu y rasgó la fisura. Un ruido hueco se abrió paso entre la tranquilidad del bosque y una osada sonrisa se deslizó por mi sangre. Maldita Caos. Ya no podía negarlo, ella era un simbionte mío.

Mi fino vestido y piel se rasgaban con la angosta abertura negra mientras Caos bailaba feliz. Cielos, esto era eterno. Cuando ... uy, por fin, caí y el vacío se tragó mi grito.

Viajaba por el espacio-tiempo rodeada de oscuridad, líneas de electricidad, magnetismo y una gravedad que me comprimía con fuerza agresiva. Era una nada repleta de todo. Energía hueca y a la vez tan llena de fuerza mientras caía por un abismo que era cualquier cosa, menos lineal.

No me sorprendí ante la rápida afinidad que construí con este lugar, era como estar sumergida en mi propio reflejo, pero aquel lado que admiraba y no temía contemplar. Solo que, ¿hacia dónde iba?

Tosí cuando mi espalda golpeó el duro cemento. Auh.

El ruido de la ciudad abrumó mis oídos como si hubiera salido de la profundidad del mar para encontrarme con el estruendo de una cascada. Más allá de este angosto callejón, se encontraban una calle despierta y saturada de autos. Arrugué el intruso recuerdo de los jóvenes cuyas mentes casi fracturé y me levanté del suelo.

No era peligrosa.

"La pureza siempre está hecha de cristal"

No era peligrosa. Todo estaría bien. Las cosas sucedían porque tienen que suceder. Aunque bueno, a quien quería engañar, las leyes de la naturaleza no aplicaban para almas fallidas como yo, pero me daba igual. Lo creeré hasta que se demuestre lo contrario.

No volveré al cielo.

Seré mejor que yo misma.

Ver desde el cielo la ciudad y realmente experimentarla eran dos cosas muy distintas. Todo me era tan familiar como lo sería el color rojo para un daltónico.

Caminaba en lo que parecía ser una calle comercial en un viernes por la noche. Demasiados autos y gente entrando a locales listas para gastar su dinero. En cada extremo de la carretera había tantos lugares perifollados de adornos y estética de cristal, como piedra marmoleada tratando de seducirme.

Un segundo. ¡Por las Totalidades! Este estilo arquitectónico... Era Calieht. La ciudad de mi obsesión. Boté aire para conservar la calma entre los aleteos de colibrí de mi corazón. Brincar como una histérica no era una opción entre tanta gente. Los humanos eran más juzgadores que la mismísima Karma.

Contemplé boquiabierta las tiendas de ropa, restaurantes, teatros, bares y hoteles altos. Esta ciudad era tan fluctuante como un adolescente con crisis de identidad, por eso la amaba. Entonces, el frío me golpeó con más intensidad que en el bosque, obligándome a recordar que su clima sufría de la misma indecisión y los calienthanos estaban más que entrenados. Sacaban abrigos de sus amplios bolsos, se los desataban de la cintura o de la espalda y se los colocaban sobre sus elegantes vestuarios como una coreografía diariamente ensayada. Yo como el único punto disonante, me notaban con cejas unidas hacia arriba y murmullos que preferí no entender. Excelente.

Una corona de estrella y oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora