18. Juego de hilos rojos

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—Guarda tus malditos guantes. Sin cabeza no podría estudiarlos.

—Me encantaría ver cómo intentas quitármela, exótica humana —su sonrisa centelleante delataba su placer, disfrutando cada aspecto de Veeh. Su fascinación era tan evidente como la daga que permanecía enterrada en su pecho. No se molestó en sacarla, pero sí hizo desaparecer esos guantes verdes con un simple movimiento de muñeca.

—¿Qué pasó? —le pregunté al Destino, que observaba desde una esquina de la habitación, con los brazos cruzados y espectros revoloteando a su alrededor como gatos curiosos. Tuve que parpadear para recordarme que no era lo único presente. Él era tan... absorbente.

—Destrucción quiso examinarlos —elevó los hombros sin despegar la mirada de Veeh, que sostenía su espada lista y su mirada fija en el objetivo—. Y a la huraña mortal no le agradó. —Me miró con un brillo divertido—. Es un científico frustrado.

—¿En serio? —respondí, sin poder evitar una sonrisa.

Él, un científico frustrado, me parecía más un burgués amante de lo excéntrico y el vino añejo, con su traje verde de alta costura, anillos, y el cabello negro cuidadosamente recogido a la nuca. Pero al imaginarlo experimentando con pociones y recolectando rarezas como si fueran arte, todo cobraba sentido.

—Un poco de sangre, piel y cabello podría ayudarnos a entender mejor su nueva condición. Si me lo permites, tomaré lo que necesito en un pestañeo.

—No te permito —Veeh acortó la distancia con pasos decididos, su espada reluciendo en la tenue luz de lugar.

—Tus órganos se triturarán antes de que puedas sentir mi aliento, por más que me fascinara la idea de tenerte cerca —Zion sonrió, retrocediendo en un veloz suspiro verde.

—Me llevo bien con la muerte, criatura.

—Esperemos que ella te reciba con los brazos abiertos, porque la rogarás si te acercas demasiado —Dess se interpuso en su camino, y Veeh gruñó en respuesta. El Destino sonrió—. Digamos que mi amigo es un gigante zorrillo que no querrás molestar.

Claro, ni él ni Karma se habían acercado lo suficiente a Zion como para compartir el mismo aire. Siempre mantenían su distancia. No los mataría, pero sin duda, tendría que negociar otro cuerpo para ocupar si lo hiciera.

Veeh sostuvo la mirada de Dess, sus hombros subiendo y bajando en un ritmo desafiante. La espada le temblaba en la mano, y cuando el Destino alzó una ceja, ella retrocedió un paso.

—Dess, déjala —él me lanzó una mirada entre sus pestañas pesadas y levantó las manos en un gesto de paz.

—Puedo manejarme sola, Verena —guardó su arma en la cinta de cuero. Aún con las manos temblorosas, mantenía el mentón alto, forzando a su cuerpo a estar listo para atacar.

Me pregunté qué habría vivido antes para mantenerse firme cuando el suelo bajo ella se desmoronaba.

—Voy a embriagarme —lo apartó de su camino solo para tropezar con sus propios pies. La sostuve justo a tiempo y fue tan rápido, la sangre se le fue del rostro tan rápido. Su piel se puso fría contra la mía.

—Prometí cuidar a tu familia y eso te incluye también a ti —no esperé a que replicara y me apresuré para usar su debilidad, penetrar el muro de acero que era su consciencia y dormirla. Tenía que descansar, no había logrado cerrar los ojos desde mi caída. Lo pude palmar la vez que la ayudé. Sin embargo, ese cansancio mutuo a un síntoma más profundo. Me sorprendía que tuviera fuerzas para resistirse a mi.

Logré drogarla más que ayudarla a descansar.

—¡Testaruda! —Caos fue un eco de mi exasperación.

Una corona de estrella y oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora