Ancla de sueños

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—Regresa por donde viniste —la voz de Veeh retumbó en mi oscuridad.

—Cariño tozudo. Hmm. Mi favorito —respondió una mujer....Katce.

Abrí mis ojos y por lo entumecido que tenía el trasero, llegaba ya un tiempo dormida sobre la cabeza de Toveas. Me volteé hacia ellas. Veeh tenía su cuerpo como obstáculo para evitar que la Asseclas entrase.

Katce estudió el glacial que había por techo con labios verdes fruncidos en aprobación, mientras la mortal respiraba con dificultad. Convirtió sus manos dos puños de acero.

—Lindo —terminó de realizar su crítica silenciosa y puso toda su atención en Veeh. Su escudriño fuera menos tenebroso si tuviera pupilas, pero no había rincón en esa mirada que no resplandeciera en lila.

Veeh no se removió ni una sola vez y la Asseclas inclinó su cabeza. Un depredador captando el mejor ángulo para clavar sus garras y salir al vuelvo con su nuevo trofeo, quizás el último que tendría antes de morir, porque la mortal, aunque varios centímetros más baja que ella, también la analizaba, astuta, inquebrantable.

—Dato curioso: Los humanos son nuestro punto ciego. Irónico, ¿no? —Katce dijo en voz alta, anunciando a una audiencia invisible cuando su único objetivo real era la impasible Veeh —Siempre he querido descubrirte amor.

¿Amor?

Los nudillos de Veeh se volvieron blancos, su respiración irregular. Katce parpadeó expectante, lista para defenderse si tenía que hacerlo, entonces la mortal guardó su negra daga detrás de su jean, la apartó de su camino sin mesura y se fue. Pronto escuché un puertazo y varias gotas cayeron del congelado techo.

Katce hizo de sus carnosos labios una fina línea. La punzada del rechazo se sentía en su entrecortado respirar.

—¿No ibas a dormir? —alcé una ceja.

La Assecla descansó su verde cuerpo sobre el umbral de la puerta. Parecía tan joven para poseer aquella actitud tan sobrada en astucia, conocimiento y soledad.

—Solo vine a confirmar que todo estuviera bien  —miró a Toveas sobre mi pecho, su rostro verde ilegible —Es mejor que sigas sus pasos y duermas, mañana será un día movido. Esperemos que lo vomitó tenga bonita apariencia —se despidió sin más.

Oculta en la privacidad una lágrima cayó.

Dos. Tres. Cinco.

Respiré y me recosté con Toveas en suelo. Intenté mezclar su relajada respiración con la mía. No pude.

Quería ver el cielo, más lo que tenía era un glacial que lloraba por mí.

¿Estaba bien sentir añoranza por un lugar donde sufrí demasiado? Si veía mi pasado, no parecía tan malo. Karma no era tan cruel, yo no estaba tan sola. Sin embargo, sabía que mis recuerdos se estaban distorsionados con la esperanza de que allá arriba encontraría tranquilidad. Mi cansancio parecía un ente atormentándome.

Toveas se removió en el suelo, su ceño fruncido, su garganta sonando en gemidos. Lo calmé sobándole su suave cabello y tuve que hacerlo otras cinco veces más hasta que el sueño me secuestró.

Desde el cielo veía a mi hombre tocando su saxofón bajo mi luz. Éramos solo él, yo y.... algo rojo en el fondo.

Unos suspiros de energía me envolvieron en una chispeante brisa. Entre el sueño y la consciencia pude ver atisbos turquesas envolviéndose por todas partes como miles de serpientes de humo. ¿Toveas? Esa energía me levantó mientras mis párpados luchaban contra el peso del cansancio y perdían cada vez. Me cargaban sin manos y luego caí sobre algo suave. Una.... Una cama.

Una corona de estrella y oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora