El inicio del fin

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Envidiaba al pretensioso ser humano y su libre albedrío. Se creían amos de lo natural con su tecnología y supuesto conocimiento. ¡Ja! Vaya monumental engaño, como mi irónica y engorrosa codicia. Aquellos mortales alzaban su mirada al cielo y solo contemplaban estrellas inertes. A veces quisiera que fuera cierto. A veces lloraba implorando un descanso de mi invisible corazón. No solo éramos una bola de plasma y gas, vivíamos. Bueno, si es que vivir eternamente dentro de tu misma consciencia y alma llena de sofocantes pasiones, se lo podría definir como vida. Porque era innegable, una estrella enamorada era el epítome de un infierno de llamas dulces.

Antes de él, mi estancada existencia se basaba en solo observar la vida humana como aquellos libros y películas que ellos usaban para entretenerse. Un simple gusto pasajero. Sin embargo, cuando lo vi tuve la locura de quererlo mío y desde entonces he ansiado desfigurarle el rosto a cada mujer que cruzaba por su camino bajo las estrellas, sobre todo a esta rubia mujer llena de pecas. Hace muchas lunas había dejado de ser como las otras de probar y continuar. Tenían una relación. Me era imposible escuchar claramente sus conversaciones, que por necesidad tuve que volverme experta en eso del lenguaje corporal y no me costó entender que eran amigos que se había deseado por años, hasta que algo, probablemente la soledad, los hizo ceder a la tentación.

Una vez rota su prohibición de la amistad, parecían animales en celo.

Esa noche, ella contoneaba sus caderas mientras su vestido rojo duras penas le cubría el flaco trasero. Lo modelaba como una gata en celo, y él la disfrutaba tocando su saxofón como si fuera su cuerpo entre sus dedos. Si esa melodía tuviera un idioma, hablaría el lenguaje más erótico en la fas de la Tierra.

Detestaba esto y definitivamente me había vuelto masoquista. Uff... Una estrella enamorada de un mortal. ¡Que tontería!

Así que no, no era una simple estrella. Era una hija de Caos contenida dentro de un cuerpo celeste y si pudiera que elegir ser algo más, daría todo por volverme ella. A la basura la autoestima, lo único caliente en mí eran mis miles grados de temperatura, mientras que esa mujer parecía ser diseñada por el pincel de un hombre solitario y deseoso.

No importaba cuanto soñara, deseara, rogara, jamás dejaría de ser una estrella, peor aún con Karma como mi carcelera inmortal. Ella era la fuerza que me contenía en este estado. Mientras que otros Seres superiores podían negociar sus hogares o cuerpos, yo estaba condenada a permanecer en el cielo. Era un defecto tan necesario como peligroso. Nadie ni nada en todos los planos existenciales se atrevería a aproximarse a una estrella, solo Karma.

Ya no pude más. Saqué mi consciencia de su casa y dirigí mis ilusorios ojos hacia la ajetreada calle colmada de autos, peatones y luces.

Adoraba a Calieht y sus hermosos contrastes. En una misma avenida podía ver sus edificios altos de cristal, como marmoleadas construcciones barrocas y victorianas. Sin embargo, todo ese encantó se había convertido en nada más que ruido. Me fastidiaba poder escucharlo todo excepto a él y cualquier tema de conversación que devele de su identidad. No sabía su nombre, ni su tono de voz, muchos menos quien era en el día cuando no tenía a la luna como mis lentes. No podía sacarlo de mi mente, porque era lo único que sentía....mío.

¿Era locura lo que me pasaba?

Era muy consciente que simplemente veía una estrella al anclar sus hermosos ojos plomos en mí. Obvio que era incapaz de darse cuenta de que alguien le devolvía la mirada o la sonrisa cada que se la dedicaba al cielo. Sabía que siempre me contemplaba por pura casualidad, inclusive cuando se compró un telescopio...Me paralicé ante la sensación de dedos manoséame. Parecían pequeñas bombas explotándome dentro.

"Mira Karma, si tuviste un mal día desquítate con otra estrella. No estoy de humor para tus torturas"

Boom. Crack.

Ridículo temerle a la muerte cuando sabía perfectamente que solo era otra forma de existir. Además, si lo miraba desde la lógica mortal, era la cúspide de la cadena alimenticia. Pero aquí estaba yo, contra todo pronóstico de mi esencia y aparente sabiduría, sumergida en pánico tras oír un ronroneo masculino que dijo que no era Karma.

Él continuaba escarbando en mi interior para encontrar más ligamentos y desgarrarlos. Extinguirlos. Destruirlos. El dolor... no tenía referencia para describir lo que sentía, pero era verde, toxico y un jodido infierno. Solo que, luego ya no...yo lo sentía... me sentía...

—Huelo tanta angustia en ti, Hija de Caos. Deberías estar regocijada de mi presencia.

—¿Regocijada? —mi risa hizo eco en mi conciencia desenfrenadas, siempre desordenadas y llena de colores. —Dime a quién le debo el placer, entonces. Porque juro que cuando pueda, te devolveré el saludo ¡con mucho regocijo!

Una sombría sonrisa se sumergió en mí, solo que no podía definir exactamente en dónde. Realmente no había un lugar, solo el errático movimiento de mi mente.

— Tanto tiempo fingiendo vivir entre humanos te ha dejado vaga, ya deberías saber quién soy, estrellita
—chasqueó su elegante voz y ante mi silencio volvió a sonreír entre las sombras. Pude distinguir ese destello verde de arrogancia, pero se ocultó tan rápido como una mentira.

—¿Qué tal una adivinanza? —se deslizó como serpiente. Siseó como una —Soy todo lo que Karma no es y tú serás liberada por mí. Fascinante, ¿no?

—¿Li...liberada? Eso es imposible.

—Pobre criatura que no comprende lo que es. Tu eres lo imposible, estrella. Nadie sabrá en lo te convertirás ni lo que provocarás. Y si tengo que confesar mis deseos, estaba buscando de tu arte. Espero me deleites.

Me dejé romper. Me dejé deshacer con un imaginario corazón galopando en anticipación y pulmones a punto de estallar. No me importaba si estaba delirando, si todo esto terminaba siendo una cruel jugada de Karma.

Cedí mi alma a un probable demonio verde y caí.

Una corona de estrella y oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora