Una mascara no siempre oculta, resalta

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Tras abrir una fisura en el espacio-tiempo nos traje a la damnificada casa de Veeh y todo estaba como lo habíamos dejado. La ficción seguía besando apasionadamente a la realidad.

El terror parecía ser una pintura en movimiento. Espectros corrían a sobrenatural velocidad, al parecer conteniendo la furia de los resplandecientes vampiros y gigantes lobos de hermoso pelaje plateado con sus cadenas hechas de sombras aferradas al suelo.

Diferentes tipos de quimeras formaban
una manada. Sus cuerpos reunidos se encontraban quietos, pero sus miradas con ese nuevo y puro instinto animal, eran como balas puesta en un arma. Hech estaba entre las quimeras. Parecía el único humano entre la anomalía, hasta que giró su cabeza como un búho. Una imagen genuinamente horrible, tenía confesar, sobre todo, con esos ojos negros y enormes. Parpadeó hacia mí y pese la distancia me examinó con sumo desdén. Odio a lo menos.

Desvié la atención hacia el hombre rubio arriba de ellos. Él volaba con alas de murciélago sin cansarse de chocar contra la capa invisible que los atrapaba en una, no muy alta, cúpula de humo. Los espectros. Un pequeño jaguar de furiosa mirada, le rugió en advertencia. Quería que bajara y esos estruendos estremecían a una niña de piel blanca y serpientes en vez de cabello junto a ella. Marice.

La mujer de edad, la mamá Abbie, recordé, sostenía unas imponentes altas de halcón sobre su espalda y con ella cubría a su pareja de piel de puerco espín. Mamá Abbie, batía sus alas dándole oxígeno o tal vez alejándolo a esos tres pequeños diablillos que merodeaban. Incluso las sombras no se atrevían a estorbarlos a pesar de su baja estatura. Sus cuernos negros eran pequeños y su peluda cola roja tenebrosas, pero sus ojos se llevaban todo lo infernal. Parecían estar llorando lava verde mientras contemplaban todo con perversas sonrisas.

Ya de por sí, allá afuera, era un escenario ciertamente tenebroso: luna cristalina, los aullidos, los gritos, la velocidad de las sombras, esas cosas demoniacas, pero pudo volverse peor. Las criaturas de pieles verdes ocultas en la profundidad de tanto desastre dejaron de contemplar el cielo, para mirarnos en una sincronización que me dejó sin respiración. Sus ojos eran de un purpura intenso.

Los depredadores no se inclinan ante la bondad. Un hecho irrefutable. No me imaginaba a ninguna de esas criaturas arrodillándose por voluntad, sino por un poder mayor que los empujó. "Reyes" dijo.

Toveas me miró cuando fuimos envueltos por mi gélido silencio. Su iris había magnificado su fluorescente turquesa. Si no estuviera junto a mí, fácilmente lo confundiría entre todas esas criaturas erráticas.

¿Yo me veré igual con mi piel negra y raíces doradas? De tal árbol maldito, tal astilla, ¿no?

Quise mostrarme como realmente me sentía, perdida y mareada, pero Caos perfeccionó mi postura y encendió la corriente dorada de mis raíces. Si antes brillaban, esta vez los sentía arder, más que nada en mis mejillas y frente.

Tomó mi mano en la suya y su expresión se tornó inquietantemente ambivalente. Entre tanta seriedad y dominio, aquella gota de recelo que se solidificó al tocarme, no me inspiró ni la más mínima calma. Caos chocó contra las paredes de mi piel desprevenida a mi instintiva resistencia.

-No la niegues, déjala salir.

Negué la cabeza, con un cuerpo aterrado y un alma maniática.

-No creo que sea la mejor idea. Te dará más hambre.

-Confía en mi -acarició el dorso de mi mano con su pulgar y Caos no necesitó de más rodeos. Mierda.

Expandió sus garras fuera de mis poros y una fría radiación nos rodeó como pequeñas estrellas fugaces doradas y turquesas. Tanto su vestimenta y la mía se vieron afectadas por esos colores y poder. Él lucía un impotente traje de cuero negro con espirales turquesas en los hombros. Yo un emplumado vestido dorado con brillantes raíces decorado mi oscura piel. Éramos uno con la energía.

Admiraba la belleza, las luces pintando el terror, cuando Toveas se volvió una roca junto a mí. Su mandíbula a punto de fragmentarse, su agarre más fuerte, como si lo estuviera jalando y él resistiéndose. Tal vez así era, aun no tenía claro como era su interacción con Caos, pero se notaba que no estaba siendo una relación amistosa.

De leves tirones, pasó a arrancarle grandes pedazos a mi alma y esta vez sí dolía. Realmente me desgarraba. Iba a gritar y entonces él respiró, su piel resplandeciendo y Caos ronroneando a gusto. Poderosa, regeneró todo lo él tomó. Parpadeé impresionada. Eso era algo controlable o muy, muy desastroso.

-¿Toveas?

Del aire él creó dos coronas, la misma que llevaba cuando estaba atado a su trono, un conjunto de lunas puntiagudas y luminosas dándole sentido a la oscuridad.

-Esto es tuyo -me coronó con una expresión que era todo poder, en vez de mortalidad. Las puntas se hundieron en mi cabeza como si ya tuviera una hendidura diseñadas para ellas en mi piel -No volveré a aparté de mí.

Le ofrecí una sonrisa sin saber qué otra cosa hacer. Él ya parecía estar disfrutado de todo esto y comprendí que no era grandeza lo que derramaba era éxtasis. Me dejé guiar por él, caminando a su lado, fingiendo su misma confianza y la de Caos.

No habíamos creado un plan, él solo me dio información hueca y se lo permití. Tenía que verlo en su estado natural, dejarlo creer que confiaba completamente en él, para que no se esforzara de más en ocultarse. Tenía que conocerlo. Necesitaba que lo nuestro funcionara y ciertamente, que él mismo estuviera luchando por no alimentarse de mí hasta drenarme como una uva me daba esperanza. El gran problema fue que toda la seguridad que tuve antes de venir aquí simplemente cayó sin retorno.

Una corona de estrella y oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora