Cinco

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—¿¡Qué hiciste, tarado!? —mi hermano de humo se agitó a mi lado, igual que los demás que escuchaban mi relato, levitando en los muebles blancos o apoyados en las paredes de madera. Entre tantas interrupciones, me resultaba cada vez más difícil seguir el hilo de mi historia.

—Déjalo hablar, Veinte —intervino Tres, su cuerpo ondeando con severidad. Nuestro humo tenía formas y movimientos distintos, como la huella digital de un ser humano, reflejando nuestra personalidad. Pero para ojos ignorantes, éramos solo sombras insignificantes.

Mi Amo, sin embargo, podía distinguirnos sin vernos y nos trataba como si tuviéramos cuerpo. Comía con nosotros, aunque los alimentos solo desaparecieran en nuestra oscuridad. Quince incluso preparó galletas y las dejó en la mesa de centro para acompañar la conversación.

—¿En qué me había quedado? —desperté al sentir a Cien soplarme la cara.

Un suspiro colectivo envolvió la habitación. Iba a disculparme, pero nuestros humos vibraron al unísono. Mi Amo estaba por llegar. Rápidamente, colocamos las galletas en un bol de cristal sobre el mesón de la cocina junto a los demás postres que habíamos preparado.

Nos formamos en dos filas en la entrada principal, una puerta de cristal tan alta que casi tocaba el cielo rosado. A mi Amo no le agradaban los techos bajos ni los muros gruesos. Trece me jaló, conociéndome muy bien, mientras dudaba si unirme a la fila o esconderme en mi vergüenza. Algunos de mis hermanos seguían en sus turnos de vigilancia; hasta donde me habían contado, aún no lograban seguirle el rastro a Karma. Destrucción, por otro lado, disfrutaba ser observado y estudiado.

Sin pensarlo traspasé el cristal, justo en el momento que caían de una abertura de energía directo a las hojas secas entre frondosos árboles gigantes. El cuerpo del Amo le sirvió como amortiguador a Lady Verena, aunque pareció ser más su colchón. Se quedó allí sintiendo su cuerpo debajo del suyo. Me gustaba su nuevo estilo. Lucía una delicada corona de delgadas y sigilosas astas que casi se perdía en su abundante cabello rizado, pero relucían en su frente.

—¿Cómoda? Porque yo lo estoy.

Se levantó como un resorte murmurando algo entre dientes y limpiando polvo inexistente de su traje esmeralda.

Las hojas crujieron debajo de los codo de mi Amo. Le sonrió con una juguetona diversión que no había visto en años. Siglos.

—¿Tanto de mí se quedó pegado a tu cuerpo?

Se detuvo para fulminarlo con sus grandes ojos de oro. Abrió su boca, la cerró y la volvió a fruncir:

—¿No me invitaste a comer?

—Y conversar.

—Pues, sigamos ese orden —pasó junto a mi Señor sin más miramientos y él se dejó caer sobre las hojas siguiéndola con la mirada. En un pestañeo estuvo a su lado.

Nadie debía tener el poder de alterarlo de ningún forma, y sin embargo, allí estaba ella, desarmándolo sin darse cuenta. No podía negarlo, mi sentimientos hacia la estrella eran demasiado ambivalentes.

¿Habrá una sentencia de la Gran Orden por el error de su unión? Cada decisión tenía un precio, peor si desafiaba las altas normas.

Volé de regreso a mi lugar en la fila, y mis hermanos también se reubicaron. La llegada de mi Amo se convirtió en un espectáculo de humos danzantes. Al abrir la puerta, él suspiró, resignado.

—Los tienes bien entrenados —Lady Verena comentó al dar un pie en la entrada y registrar el lugar como si lo estuviera archivándolo en su basta memoria —No pensé que fueras... estricto.

Una corona de estrella y oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora