Capítulo 11 | En el claro del bosque.

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Capítulo 11 | En el claro del bosque.


La claridad debida al sol se colaba por la ventana. Sentí mi mejilla apoyada en el pecho irradiando un calor feroz. Abrí los ojos lentamente intentando reincorporarme, pero fue un intento fallido ya que me tenía agarrada por la cintura.

En aquel momento, los recuerdos de hace apenas unas horas –sí, hemos dormido relativamente poco– emanan en mi mente.

Con una sonrisa en el rostro me incorporé y pude deshacerme de sus brazos. Me duché rápidamente y cogí la ropa interior de la maleta y me vestí con lo primero que alcancé.

Bajé a toda prisa puesto que no sabía qué hora era y había quedado con Marisa en ir a la ciudad, ya que estábamos en un pueblo más alejado.

— Buenos días, dormilona. –saludó Marisa con una mueca pícara.

— Buenos días, chicos. –dije–. Oh, habéis preparado café, ¡gracias al cielo!

— Sí, lo vas a necesitar para reponer fuerzas. –comentó Ryan con una sonrisa de medio lado.

Las paredes son muy finas...

No dije nada, pero acepté el café y empecé a beberlo.

— Ryan me ha contado que esta noche hay una hoguera, ¿quieres que vayamos? –preguntó Marisa.

— Claro. Tiene buena pinta, además nunca he ido a una.

— Genial. ¡Lo pasaremos muy bien! –dijo emocionada–. Podemos comer nubes tostadas de esas que se ponen en un palillo y les dan calor con el fuego... –me agarró del brazo y me llevó en dirección al coche.

— ¿Tienes el carné? –pregunté preocupada.

— Claro, pero aquí no. Me lo dejé en Nueva York, en nuestro piso. Pero esto está muy apartado de la ciudad, no hay casi nadie aquí, no te preocupes. –dijo tranquila.

Asentí y nos dirigimos hacia la ciudad.

Al llegar, cuando pusimos un pie allí, era una nueva zona por conocer.

Caminamos por las calles de la ciudad que parecían de cuento. Los niños correteaban sin cesar calle y arriba y abajo mientras reían y jugaban.

— Por cierto, no te he preguntado. Anoche ¿qué tal? –dijo moviendo las cejas de arriba abajo.

— Bien. Sin más.

— ¿Disculpa? Pues para ser bien sin más os quedasteis mucho más tiempo que nosotros.

— Marisa por Dios. –dije avergonzada.

— ¿Qué? Bueno, compara tu novio o Jake, ¿eh?

— No te entiendo. –me hice la loca.

— Mujer, pues que quién lo hace mejor.

— Pues.... yo qué sé.

— Sí lo sabes. –dijo riéndose.

— Pues... quien tú te imaginas.

— Vamos, pequeña, dilo en voz alta. –se río más fuerte.

— No.

Giramos a una calle llena de color y Marisa me guio para entrar a una pastelería de ensueño.

El aroma me inunda las fosas nasales recordando a mi infancia.

No pude evitar sonreír mientras observaba todas las delicias perfectamente colocadas en vitrinas y en estantes más pequeños.

— Disculpe, me gustaría comprar unos cupcakes con decoración de colores, ¿podría ser posible? –preguntó Marisa educadamente.

Todo Lo Que Nunca Te DijeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora