Capítulo 36 | Te quiero.

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Capítulo 36 | Te quiero.


Desperté de golpe por la terrible alarma al lado de mi cabeza. Estiré el brazo y apagué de mal humor el despertador del móvil. Unos dedos tiraban de mi vientre hacia la parte interior de la cama, al instante me giré para comprobar si lo había despertado.

Creí que se había ido a su casa.

Me tomé unos minutos para examinarlo detenidamente; dormía plácidamente, su respiración estaba relajada y me acariciaba la parte baja de la espalda con suavidad. Hacía mucho que no me relajaba tanto ver dormir a alguien. Su pecho bajaba con bravura e inspiraba y expiraba con relajación.

De un momento a otro, se removió y abrió los ojos con lentitud. A mí se me dibujó una sonrisa en la cara sin poder evitarlo.

— Buenos días. –dije.

— Buenos días. –dijo subiendo sus manos alrededor de mi cintura y puso nuestros cuerpos en contacto.

Una sonrisa de oreja a oreja adorna su expresión, a lo que yo me intenté zafar de su agarre.

— Voy a llegar tarde a trabajar. –gemí.

— No puedes llegar tarde si no vas. –concluyó.

— Ja, ja. Qué gracioso, Einstein. – vacilé con una sonrisa forzosa–. Te lo digo de verdad, no puedo retrasar el trabajo.

— ¿Segura? –preguntó levantando una ceja con una expresión malévola.

Con su fuerza, en ese instante, me sentó en su regazo y me besó lentamente. A medida que iban pasando los minutos el beso se intensificó más y bajó hasta mi clavícula. Eché la cabeza para atrás involuntariamente para que tuviera un mejor acceso, sin embargo, lo único que logré fue que gruñera sobre mi clavícula.

— A la mierda. Que le den al trabajo. –respondí cediendo a mis deseos.

Una no es de piedra, ¿vale?

Pasamos el resto de la mañana bajo las sábanas y con el desayuno a mediados de empezar ya que siempre acabábamos de la misma manera.

De repente unos golpes provenían de detrás de la puerta de mi habitación. Un amago de abrirla fue en vano, pues cuya puerta estaba cerrada con pestillo.

Harper.

Sólo podía ser ella. Automáticamente miré el calendario de mi escritorio. El que marcaba que hoy era sábado.

Mierda.

— ¡Harper! Ahora salgo. –dije aun jadeando.

En tiempo récord me puse el pijama de nuevo y me ordené el pelo como pude. Le eché una ojeada a Stiven. No podía verlo ahí Harper. Una norma no escrita que estaba desde que nos mudamos al piso era que no había nada de hombres en nuestra casa. Si teníamos ganas de hacerlo, iríamos a un hotel o a su casa. A lo que yo obviamente no he hecho caso.

— Escóndete. –ordené nerviosa.

— ¿Qué? ¿Por qué? Si Harper ya lo sabe. –dijo sin ninguna prisa.

— No te lo puedo explicar ahora, escóndete. –repetí al borde de un ataque de nervios.

— Vale... –dijo no muy convencido.

Recogió su ropa tranquilamente mientras me dedicaba algunas ojeadas. Lo que más rabia me daba era eso, que lo hacía tranquilamente.

— ¿No puedes ir más rápido? –dije insistente.

Todo Lo Que Nunca Te DijeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora