Capitulo #8

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Amelia está de pie, con su espada apuntando hacia mí, y puedo sentir su mirada llena de odio clavada en mí como una daga afilada. Estoy de rodillas, rendido ante ella, consciente de mi derrota.

Su figura se destaca contra el fondo de la mina, radiante de determinación y furia contenida. La hoja de su espada brilla con la luz del sol filtrándose desde la entrada de la mina, y su postura es la de una guerrera victoriosa, lista para desatar su ira sobre su enemigo caído.

Mis ojos encuentran los suyos, y en su mirada encuentro un fuego que amenaza con consumirme por completo. En esos ojos, veo el reflejo de mi propio fracaso, la sombra de mis errores y la promesa de un castigo merecido.

El silencio se cierne sobre nosotros, roto solo por el susurro del viento entre las ramas de los árboles. Puedo sentir el peso de su espada en mi garganta, amenazando con cortar mi vida en un instante si así lo desea.

En ese momento, me doy cuenta de la profundidad de su ira, de la intensidad de su deseo de venganza. Sé que he sido el culpable de su sufrimiento, de su dolor, y que ahora debo enfrentar las consecuencias de mis acciones.

Pero también sé que no puedo rendirme ante ella, que debo luchar por mi vida, por mi honor, aunque la batalla parezca perdida desde el principio. Con todas mis fuerzas, con todo mi ser, me preparo para el enfrentamiento que está por venir, dispuesto a defenderme hasta mi último aliento.

Siento el frío filo de la espada de Amelia amenazando mi garganta. Sus ojos arden con un fuego de venganza, como si estuviera dispuesta a cortar de raíz el dolor que le infligí. No puedo evitar sentir un escalofrío recorriendo mi espalda mientras me enfrento a su ira justificada.

En medio de mi propia angustia, veo a Killiam aproximarse a Amelia con gesto conciliador, tratando de detenerla en su furia descontrolada. Me sorprende ver cómo toma su mano con ternura, como si tratara de apaciguar la tormenta de emociones que la consume. Es un gesto que revela el lazo profundo que existe entre ellos, un lazo que desconcierta mi mente.

—Amelia, por favor, detente —interviene Killiam con voz suave pero firme—. No tienes que hacer esto. La venganza solo traerá más dolor.

Sus palabras resuenan en el aire tenso, desafiando la oscuridad que amenaza con envolvernos a todos. Pero Amelia parece inmune a su ruego, aferrada a su sed de justicia con una determinación feroz.

—¡No entiendes, Killiam! —exclama Amelia, con los ojos llenos de lágrimas y rabia—. Me hizo daño, me traicionó. Y ahora, él pagará por ello.

Su voz es un eco de dolor y resentimiento, una expresión de la tormenta emocional que la consume. Pero también hay un destello de vulnerabilidad en sus ojos, como si estuviera luchando contra sus propios demonios mientras se enfrenta a la decisión de acabar con mi vida.

Mientras observo la escena frente a mí, siento una mezcla de miedo y compasión. Comprendo el dolor que Amelia ha sufrido a manos de mi traición, pero también sé que la venganza no resolverá nada. Sin embargo, estoy indefenso ante su ira, incapaz de persuadirla para que ponga fin a su búsqueda de justicia.

En medio del tumulto de emociones, una pregunta persiste en mi mente: ¿cómo llegamos a este punto de no retorno? ¿Cómo terminé enfrentándome a la mujer que una vez de niños amé, ahora convertida en mi verdugo? Las respuestas son difusas, como si estuviera atrapado en un laberinto de recuerdos dolorosos y decisiones lamentables.

Pero una cosa es clara: no puedo permitir que la venganza destruya lo que queda de nosotros. Aunque estoy indefenso y temeroso de lo que pueda venir, debo encontrar la fuerza para resistir y enfrentar las consecuencias de mis acciones. Porque si hay algo que he aprendido en este viaje de redención, es que el perdón es el único camino hacia la verdadera libertad.

Guerra de Corazones y EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora