Capitulo #29

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El sol se deslizaba lentamente hacia el horizonte, tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados mientras descendía majestuosamente hacia el mar. Desde la cubierta del barco, podíamos contemplar el espectáculo en toda su magnificencia, maravillados por la belleza natural que se desplegaba ante nuestros ojos.

Las olas bailaban al compás del viento, reflejando los cálidos colores del atardecer en sus crestas espumosas. El viento acariciaba suavemente nuestras mejillas, llevando consigo el aroma salado del océano y el suave murmullo de las gaviotas que revoloteaban en el cielo.

Killiam y yo permanecíamos de pie en la cubierta, en silencio, absorbidos por la serenidad del momento. No hacía falta decir nada; el simple hecho de estar juntos, compartiendo ese instante de paz y belleza, era suficiente para llenar nuestros corazones de gratitud y asombro.

A medida que el sol se sumergía lentamente en el horizonte, el cielo se encendía con tonos más intensos, pintando nubes y reflejando su resplandor en las aguas tranquilas del mar. Era un espectáculo sublime, una obra maestra de la naturaleza que nos recordaba lo pequeños que éramos en comparación con la inmensidad del universo.

En ese momento, no éramos piratas ni nobles, sino simplemente dos almas perdidas en la inmensidad del océano, maravilladas por la belleza efímera de un atardecer en alta mar. Era un momento mágico, un instante de calma y reflexión en medio de la agitada vida que llevábamos a bordo del barco.

Y así, mientras el sol se desvanecía lentamente en el horizonte, nos quedamos allí, en silencio.

El sonido de unos pasos apresurados resonó en la cubierta, interrumpiendo la tranquilidad del atardecer. Levanté la mirada y vi a Ian, con la expresión preocupada y determinada, buscándome con la mirada entre la tripulación que se congregaba en la cubierta.

Sus ojos azules escudriñaron el ambiente, buscando ansiosamente mi presencia. Pude percibir la tensión en su rostro, reflejada en el ceño fruncido y en el brillo de determinación en sus ojos. Parecía inquieto, como si estuviera en una búsqueda desesperada, y su mirada recorría cada rincón del barco con urgencia.

Me mantuve en mi lugar, observándolo con curiosidad mientras se acercaba, con pasos rápidos y decididos. Su presencia imponente y su mirada penetrante llenaban el espacio a su alrededor, y por un instante, sentí una punzada de intriga ante su llegada inesperada.

Ian se acercó a mí con pasos largos y decididos, su expresión seria y su mirada fulminante. Antes de que pudiera decir una palabra en mi defensa, me levantó del suelo con un brusco gesto y me cargó sobre su hombro, como si fuera un saco de papas.

—¡Ian, suéltame! ¡No tienes derecho a tratarme así! —protesté, golpeando su espalda con mis puños en un intento por liberarme de su agarre.

Pero Ian parecía decidido a ignorar mis protestas, avanzando con paso firme hacia el palacio mientras yo continuaba forcejeando en vano en su hombro.

—¡Esto es ridículo, Ian! ¡Bájame de una vez! —exclamé, mi voz llena de indignación y frustración ante su actitud impulsiva y arrogante.

Pero mis palabras parecían caer en oídos sordos mientras Ian seguía adelante, ignorando por completo mis súplicas y protestas. Me sentí impotente y furiosa, incapaz de hacer que entendiera mi punto de vista.

Finalmente, llegamos al palacio, donde Ian me depositó en el suelo con un gesto brusco antes de darse la vuelta y alejarse sin decir una palabra. Lo miré con incredulidad y resentimiento, sintiendo el peso de su desprecio en cada fibra de mi ser.

—¡No has cambiado en absoluto, Ian Campbell! ¡Eres tan arrogante y terco como siempre! —grité, mi voz cargada de frustración mientras lo veía alejarse sin mirar atrás.

Guerra de Corazones y EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora