Capitulo #11

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Después de que Amelia y su tripulación partieran, me quedé con los pocos soldados que quedaban para investigar lo que había sucedido en el Valle de los Susurros. Nos dirigimos hacia el lugar de la masacre con cautela, preparados para enfrentar cualquier peligro que pudiéramos encontrar.

A medida que nos acercábamos al valle, el aire se volvía más denso, cargado con una sensación de pesar y desolación. Los árboles, retorcidos y oscuros, parecían susurrar historias de tragedia y muerte mientras pasábamos entre ellos.

Finalmente, llegamos a un lugar, y lo que encontramos fue más espantoso de lo que podríamos haber imaginado. Los cuerpos de algunos de mis hombres que se habían adelantado yacían esparcidos por el suelo, algunos mutilados y otros con expresiones de terror congeladas en sus rostros. Era evidente que habían sido atacados por una fuerza desconocida y extremadamente violenta.

Mientras examinaba los restos de mis hombres, sentí una mezcla de ira y dolor ardiendo en mi interior. Estos hombres habían sido leales a mí, habían confiado en mí para guiarlos y protegerlos, y ahora yacían muertos por una mano desconocida. No podía permitir que su muerte quedara impune.

Con determinación renovada, juré para mi mismo encontrar a los responsables de esta masacre y hacerles pagar por lo que habían hecho. No importaba quiénes fueran ni qué motivos tuvieran, los cazaría hasta el final del mundo si era necesario para obtener justicia para mis hombres caídos.

Avanzábamos en busca de pistas cuando de pronto uno de mis hombres soltó un quejido. Al girarme para verlo, pude notar sus ojos completamente blancos, sin pupilas ni iris, nada más que blanco puro.

—¡Cuidado! —grité, alertando a mis hombres para que estuvieran atentos, pues parecía que estábamos siendo atacados.

En un instante, todos a mi alrededor cayeron desmayados. Empuñé mi espada con determinación, preparado para atacar a cualquier enemigo que se nos acercara. Sin embargo, en lugar de un enemigo visible, solo escuché... susurros.

—No amas a nadie...

—Nadie te quiere...

—Te odian...

—Serás un mal rey...

—Serás como tu padre.

—Eres alguien malo, cruel y vil que decide tomar venganza haciendo algo horrible a una princesa sin culpa.

—La ira te ciega, igual que a tu hermano.

Cada uno de esos susurros resonaba en mi mente, perturbándome profundamente. Sentí un fuerte dolor de cabeza y solté la espada, llevándome las manos a la cabeza en un intento de calmar el tormento que me acechaba.

Y entonces lo vi. Mi padre estaba aquí. ¿Cómo era posible?... Tuve que parpadear varias veces para poder creer lo que veía. Era yo, tenía solo 5 años... estaba viendo el pasado. ¿Cómo era posible?

—Papá... ¿Podemos luego ir donde Amelia?

—No, Ian, ya no verás más a esa niña.

—¡Pero padre!

—Dije que no. —Y entonces vi lo que más recuerdo de mi padre y ese día. Vi cómo alzaba en su mano un fierro y me golpeaba con ese apenas teniendo 5 años... recuerdo ese día correr desesperado y llorando con una marca en mi espalda donde mi madre... pude ver cómo mi padre se reía luego de oírme llorar corriendo donde mi madre. Nunca dudé de lo desalmado que era mi padre, de lo malo que podía llegar a ser. Él nunca fue lo que yo merecía, nunca será lo que un niño a los 5 años merece.

Guerra de Corazones y EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora