Capitulo #9

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Me encuentro en un torbellino de emociones, atrapada entre el deseo de venganza y la lógica fría de la razón. Ian está frente a mí, extendiendo una mano en un gesto de paz, ofreciendo un acuerdo que podría beneficiarnos a ambos. Pero mi mente está nublada por el odio, por el deseo de hacerle pagar por el dolor que me ha infligido.

Por un lado, está la voz de la ira, instándome a actuar, a tomar la espada y acabar con él de una vez por todas. Quiero verlo sufrir, quiero que sienta el mismo dolor que yo he sentido, quiero que pague por cada lágrima que he derramado. Pero, por otro lado, está la voz de la razón, recordándome mi lealtad a mi pueblo, mi responsabilidad de protegerlos y asegurar su supervivencia.

Estoy confundida, atrapada en un mar de emociones contradictorias. Por un momento, considero ceder ante el odio, dejar que la venganza guíe mis acciones. Pero luego, recuerdo las caras de mi pueblo, los rostros cansados y hambrientos que dependen del oro que Ian promete entregar. ¿Cómo puedo condenarlos a ellos por mi propia sed de venganza?

Me enfrento a un dilema imposible, luchando contra mis propios demonios mientras Ian espera mi respuesta con paciencia. Sé que debo tomar una decisión, que debo elegir entre el camino de la venganza y el camino de la razón. Pero en este momento, me siento perdida, incapaz de encontrar la respuesta correcta.

Me vuelvo hacia Killiam en busca de orientación, buscando en sus ojos la sabiduría y la fuerza que necesito desesperadamente. Él me mira con compasión, con comprensión, como si entendiera el conflicto que me consume. Sus palabras son suaves pero firmes, recordándome quién soy, de dónde vengo, y lo que realmente importa en este mundo.

—Amelia— dice con voz suave pero autoritaria, —sé que estás enojada, que estás herida. Pero no puedes dejar que el odio te consuma. Tienes una responsabilidad con tu pueblo, con tu gente. Debes pensar en ellos antes que en ti misma.

Sus palabras resuenan en mi alma, penetrando en las grietas de mi armadura emocional. Sé que tiene razón, que debo dejar de lado mis propios deseos y pensar en el bienestar de los demás. Pero aún así, siento la tentación de la venganza, la atracción de la oscuridad que amenaza con engullirme por completo.

Cierro los ojos por un momento, respirando profundamente, tratando de encontrar la fuerza dentro de mí misma para resistir la tentación del odio. Cuando los abro de nuevo, veo a Ian esperando mi respuesta, su expresión expectante pero cautelosa. Sé que debo tomar una decisión, que debo elegir entre el camino de la venganza y el camino de la razón.

Con un suspiro resignado, extiendo mi mano hacia Ian, aceptando su oferta de paz. Aunque el odio todavía arde en mi corazón, sé que debo dejarlo de lado por el bien de mi pueblo. Porque al final del día, eso es lo que realmente importa: proteger a aquellos que no pueden protegerse a sí mismos, asegurando su supervivencia y su felicidad.

Y así, en medio de la oscuridad y el conflicto, encuentro una pequeña chispa de esperanza. Una chispa que me recuerda que, incluso en los momentos más oscuros, siempre hay una luz que puede guiar nuestro camino hacia adelante. Killiam se va dándome mi espacio, la soledad que necesito para procesar todo esto. Pero mi paz no dura mucho cuando veo como Ian se acerca a mí con cautela, sus ojos escudriñando los míos en busca de alguna señal de culpa o arrepentimiento. Su presencia me hace sentir incómoda, pero me obligo a mantener la compostura, decidida a no mostrar ninguna debilidad frente a él.

—Amelia— dice Ian con voz firme pero cautelosa, —necesito que me digas la verdad. ¿Fueron tu tripulación y tú los responsables de la muerte de mis hombres? —

Lo miró fijamente, enfrentando su mirada con igual intensidad.

—No, Ian— respondo con frialdad, mi tono lleno de desafío. —Encontramos a tus hombres muertos cuando llegamos a la mina. No tuvimos nada que ver con su muerte.

La tensión entre nosotros es palpable, cada uno desconfiando del otro y listo para enfrentarse a cualquier provocación. Ian me estudia con atención, como si estuviera tratando de descifrar si estoy diciendo la verdad o no. No me sorprendería si piensa que estoy mintiendo, después de todo, somos enemigos ahora, y la confianza es un lujo que ninguno de nosotros puede permitirse.

—¿Y cómo puedo estar seguro de que estás diciendo la verdad? — pregunta Ian, su voz cargada de sarcasmo y desconfianza.

—¿Por qué iba a mentirte, Ian? — respondo con una sonrisa burlona, desafiándolo a que me crea. —No tengo nada que ganar con mentirte. Tus hombres están muertos, y eso es un hecho. Si quieres saber quién los mató, tendrás que buscar en otra parte.

Ian aprieta los puños con frustración, su rostro endurecido por la ira contenida.

—No me hagas perder la paciencia, Amelia—, advierte, su voz llena de amenaza.

—¿Y qué harás si la pierdes, Ian? — contraataco, sin retroceder ante su hostilidad. —¿Me matarás también, como hiciste con mis hombres?

La atmósfera se carga con electricidad, ambos enfrentándonos el uno al otro con igual determinación y desprecio. Ninguno de nosotros está dispuesto a ceder terreno, cada uno aferrado a su propia versión de la verdad y decidido a luchar hasta el final.

Nos quedamos en silencio por un momento, el sonido de nuestras respiraciones entrecortadas rompiendo el aire tenso que nos rodea. Finalmente, Ian rompe el silencio con un suspiro resignado.

—No vamos a llegar a ninguna parte así— murmura, su voz llena de amargura.

En el fondo de mi corazón, sé que tiene razón. Si queremos resolver este conflicto y descubrir la verdad detrás de la muerte de sus hombres, necesitaremos dejar de lado nuestra hostilidad y unir fuerzas, al menos por ahora.

Guerra de Corazones y EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora