Capitulo #10

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Después de la "interesante" conversación con Ian y de aceptar su propuesta, regresamos al barco mientras él investigaba el misterio detrás del asesinato de sus hombres. Honestamente, no quería tener nada que ver con eso, así que aseguré que mi tripulación y yo partimos de aquel lugar. Una vez de vuelta en mi navío, me dirigí a mi camarote y me dejé caer en la cama, exhausta por todo lo acontecido. La oscuridad de la noche envuelve mi mente mientras sigo luchando con la decisión que se cierne sobre mí como una espada envenenada. Ian me ha ofrecido un acuerdo, uno que podría salvar a nuestros reinos del desastre inminente, pero aceptarlo significa perdonar lo imperdonable.

Mis pensamientos son un torbellino de confusión, atrapados en la encrucijada entre el deber y la venganza. Por un lado, sé que aceptar el acuerdo de Ian es lo mejor para mi pueblo, para los que sufren y luchan en los reinos que juré proteger. Pero por otro lado, no puedo ignorar el dolor que él ha causado, el sufrimiento que ha infligido con sus acciones despiadadas.

Cierro los ojos y dejo que la oscuridad me envuelva, buscando respuestas en el silencio de la noche. ¿Cómo puedo perdonar a alguien que ha destrozado mi corazón, que ha traicionado la confianza que una vez deposité en él? ¿Cómo puedo dejar de lado mi propio dolor en aras del bien común?

La respuesta sigue escapándose de mí, esquiva como un fantasma en la niebla. Me encuentro atrapada en un laberinto de emociones, buscando desesperadamente una salida que me lleve a la paz interior que tanto anhelo. Pero cada camino parece estar bloqueado por la sombra de mi propia ira, la llama de la venganza que arde inextinguible en mi pecho.

Me levanto de mi lecho y camino por la habitación en la penumbra, dejando que mis pies me guíen hacia algún lugar de la fortaleza donde pueda encontrar la claridad que tanto necesito. Mis pasos son pesados, cargados con el peso de la indecisión, pero sigo adelante, incapaz de quedarme quieta mientras el destino de mi pueblo pende de un hilo.

El eco de mis propios pensamientos me persigue en la oscuridad, recordándome las palabras de Ian, las palabras de Killiam, las palabras de aquellos que confían en mí para tomar la decisión correcta. Pero aún así, la duda persiste, como una sombra acechando en los rincones más oscuros de mi mente.

Finalmente, me encuentro frente a la ventana, observando el paisaje nocturno extendiéndose ante mí como un lienzo oscuro y sin fin. Las estrellas titilan en el cielo, recordándome la fragilidad de la vida y la inmensidad del universo que nos rodea.

En ese momento, una determinación repentina se apodera de mí, una resolución de acero forjada en el fuego de mi propia voluntad. No puedo permitir que el odio y el resentimiento dicten mis acciones, no puedo dejar que el pasado controle mi futuro. Debo encontrar una manera de perdonar a Ian, de dejar de lado nuestras diferencias por el bien de todos aquellos que dependen de nosotros.

La suave luz de la lámpara de aceite iluminaba la alcoba mientras me recostaba en la cama, sumida en mis pensamientos turbios y llenos de dudas. La tensión del día se desvanecía lentamente, pero el peso de mis preocupaciones aún me oprimía el pecho.

De repente, la puerta se abrió con cuidado y Killiam entró, cerrándola detrás de sí con un susurro apenas perceptible. Nuestros ojos se encontraron en la penumbra, y una sonrisa cálida se dibujó en sus labios.

—¿Te encuentras bien, Amelia? —preguntó con suavidad, acercándose a la cama y sentándose a mi lado.

Asentí con un suspiro, agradecida por su presencia reconfortante. A pesar de nuestras diferencias, Killiam siempre había estado ahí para mí, dispuesto a escuchar y a ofrecer su apoyo incondicional.

—Solo estoy un poco abrumada por todo —confesé, jugueteando con el borde de la manta. —Es difícil saber qué hacer a veces, especialmente cuando siento que estoy atrapada entre dos mundos diferentes.

Guerra de Corazones y EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora