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No podía esperar mucho si mi carta de presentación había sido tan simple, además, no me hacía falta recordarme que sólo yo tenía su número, y que ella no tenía idea de cuál era el mío.

Hola, ¿Quién eres? Es su respuesta, que yo leo de inmediato, pues ni siquiera soy capaz de salir de su conversación, sino que me quedo ahí esperando, con el corazón hecho un hilo por lo que sea que fuera a decirme.

Soy Trevor, te registraste en mi teléfono. Le escribo tan rápido como mis dedos son capaces, y ella también ve de inmediato mi mensaje. No es que me hiciera esperanzas de más, pero si estaba tan interesada en conocer mi respuesta podría ser porque necesitaba saber si no era acaso yo un extraño al que debiera bloquear para dejar de molestarla. Y pensándolo bien, ¿No soy acaso más que un extraño?, ¿no somos todos extraños para las otras personas incluso cuando creen conocernos, pues siempre habrá algo que cambie, algo nuevo y oculto que mostrar?, yo creo que sí, pero en la medida de lo posible, me gustaría hacer más estrecha la línea que aún separa a Kate y a mí. Debemos dejar de ser completos desconocidos.

Ah si, ya recuerdo. Hola. Contesta y añade unos emojis de risa. El primer paso estaba dado, ahora que ya sabía quién era yo, tal vez pudiésemos tener una charla más fluida, o tal vez no, y se decidiera de inmediato a bloquearme para que dejara de molestarla. Todo podría pasar, pero yo esperaba que ella optara por la vía amable y no por la de la hostilidad. No se veía que fuese una chica hostil, sino más bien divertida, pero se requería cierto nivel para resistir sus bromas y no tomarlas como una ofensa, pues es muy fácil confundirse y no saber cuándo habla en serio y cuándo está tan sólo tomando el pelo.

Nos pasamos aproximadamente media hora enviando y contestando mensajes sin parar, en los cuales ella trató de decirme que sentía si me había molestado con su actitud de la mañana cuando me halló en las escaleras, pues no había nada de que molestarme, ya que se trataba de una broma, a lo que yo respondí que no había problema, que había sido muy divertido, aunque por supuesto, no le conté nada acerca de lo feliz que me había hecho quedarme a su lado durante todas las clases, que era un verdadero logro, algo que presumiría sin lugar a dudas en cuanto pudiera hacerlo, y tampoco le dije que me estaba enamorando de ella, que con cada segundo que pasaba fijo en su mirada, creía que avanzaba por un túnel del que ya no podría retroceder, con la única esperanza de hallarla a ella al otro extremo y que al hallarla, entonces ya no habría modo de separarme de su lado.

Más bien, me pareció que nuestra conversación estaba orientada a ser enteramente amistosa, dejando los sentimientos en un segundo orden, menos importante al parecer, pero es que ella no sabía que habían sido precisamente esos mismos sentimientos los que me llevaron a hablarle, a buscarla y a pedirle su número. Y, sin embargo, ahora que lo tenía, ahora que podía hablar con ella en un horario distinto, ya no sabía qué preguntarle, ahora es cuando estaba reteniendo todo lo que sentía por miedo, un miedo irracional a su respuesta, a derrumbar en un instante lo que ya me había llevado cierto tiempo construir y que bien podría ser algo todavía muy frágil. Seguí guardándome lo que sentía, pues primero debía estar seguro de que mi pasión y mi amor era compartido por ella, o para ser sincero, necesitaba que ella diera el primer paso, que me confesara algo y entonces yo ya no tendría modo de parar, entonces sí dejaría fluirlo todo, le mostraría mi alma al desnudo, y para ella, lo único que hay en mi alma es amor, puro amor. Eso me gustaría creer, eso es lo único que quizás ella necesite saber.

Luego de esa media hora donde hubo más risas que nada, se disculpó y dijo que tenía que desconectarse porque tenía que hacer otras cosas.

Está bien, no te preocupes. Es el último mensaje que le envío, pero para entonces, ya se había desconectado, pues no aparece como entregado, sólo como enviado.

Todo lo que he querido decirteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora