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El sólo hecho de estar vivos es fruto de la casualidad, de una combinación genética específica que nos dio origen, de todos los millones de posibles resultados, cada uno de nosotros es el resultado, ya que, ¿qué habría sucedido si al momento de nuestra concepción, un espermatozoide diferente hubiese sido el que se unió al óvulo para comenzar así todo el proceso de crecimiento y diferenciación celular posterior?, ¿seríamos los mismos, o habría nacido otro individuo, completamente distinto a nosotros, tal vez del mismo género, pero el cual no seríamos?

Me inclino a creer que sería alguien completamente distinto, y nuestros padres no son conscientes que, al tenernos a nosotros, anularon otros millones de posibles hijos, de posibles resultados, y que, si se quiere ver de un modo un tanto paranoico, aunque no por ello fuera de lugar, sí, claro que mataron al resto de sus posibles hijos. Porque al tomar una decisión, se dejan de tomar otras, es por eso que puede llegar a tornarse tan difícil, y nuestro principal problema radica en que no tenemos ninguna referencia sobre la cual basarnos, sobre la cual comparar si lo que haremos está bien, ya que no hay modo de corregirlo, suena genial, es alentador y expectante, pero no podemos volver al pasado. No hay modo de remediar lo que hemos hecho, lo que somos, lo que nos hicieron ser.

Entonces, volviendo al punto de la fecundación, ese momento decisivo en el que comenzamos a desarrollarnos nosotros y no alguien más, no uno de esos otros cientos de millones que también pudieron crecer, es prácticamente una extrañísima coincidencia cada una de las personas con las que hablamos, porque cada uno de ellos pasó por ese mismo proceso, fueron los "elegidos" dentro de una infinita gama de otros posibles resultados. Pero vayamos más allá, siguiendo ese mismo camino de la casualidad. Cada una de nuestras acciones desencadena un efecto específico, inalterable, por esa misma incapacidad de corregir lo que ya se ha hecho; siendo así, sin saberlo, lentamente, con cada decisión que tomamos, nos hemos estado dirigiendo al lugar en el que nos hallamos actualmente; cada palabra, cada gesto, cada paso, cada respiro, cada conversación, y alguien más ha estado haciendo eso mismo, siguiendo un extraño camino hasta reunirnos. Considerando todas las posibles variables, todas las posibles vías, las posibilidades de hallar a alguien sin haberlo predicho son prácticamente nulas. La conclusión es que hallar al amor de tu vida es una cuestión que, o bien podría estar predestinado o que es el resultado de una serie infinita de casualidades. Dejarla ir es por lo tanto la mayor estupidez que podrías cometer.

El hecho de ser el amor una perfecta coincidencia, como si fuese el destino mismo el que jugara sus cartas para ver a dos personas juntas, parece prácticamente como si fuese parte de un extraño plan. Pero en tal caso, el destino lo hemos forjado nosotros mismos, hemos estado buscando respuestas, hemos estado en busca del amor, y sin saberlo, es posible que cada uno de nuestros pasos nos haya estado llevando hacia esa persona que también ha aguardado pacientemente. Cuando por fin sea el momento de la unión, no va a parar la larguísima lista de probables vías a tomar, pero entonces van a tornarse incluso más primordiales y complicadas de lo que ya eran. ¿Cómo hacer para no perder al amor verdadero y al mismo tiempo comprobar que es el verdadero sabiendo que el único método para saberlo es perdiéndolo?

Sí, me río, casi me atraganto ante esta extraña cuestión, que, si se toma en serio, no tiene una resolución coherente. Puedes luchar por recuperar al amor de tu vida, pero sólo porque sabes que lo es una vez que ya lo has perdido, y mientras tanto, podrías haber estado alimentando las esperanzas de alguien que no valía la pena, y simplemente, desperdiciando el tiempo.

Y hablemos entonces del tiempo. Esa cualidad que creemos que medimos, pero que siempre es elástica, que depende del observador, del que siente su paso, y este paso puede ser apresurado y también parsimonioso, puede parecer que se desvanece o que se vuelve eterno. Curiosamente, en las circunstancias agradables es cuando se desvanece y en las desagradables se demora. Es como si disfrutara de nuestra efímera condición, del maniaco juego de nuestras emociones, porque nos arrebata aquello que queremos y se asegura de que suframos más de la cuenta cuando ya nos los ha quitado.

Todo lo que he querido decirteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora