Una botella de whiskey que compré hace varias semanas y de la cual apenas había bebido un sorbo, es lo que saco, y Keane se muestra verdaderamente feliz al verla, como si la sola imagen de aquella botella fuese suficiente para despertar lo que se estaba guardando, que lo destruía por dentro y lo llevó a explotar parcialmente justo delante de mi casa.
— ¿Y bien? —inquiero, y aunque no quisiera ser tan evidente, me fijo en su mano vendada. Él lo nota, muy por encima de su creciente deseo de beberse la botella de whiskey que le había puesto enfrente.
— Tuve una pelea. —suelta quejumbrosamente, y un suspiro se le escapa. Tiene un aire pensativo, pero no con la clase de pensamientos que sirven para meditar, sino más bien para abrumarse, para atormentarse con tan solo evocarlos. Yo conozco muy bien esa expresión.
— ¿Y a qué se debió? —uso mi tono de curiosidad más convincente que me es posible, porque yo creo que sé algo, pero puede que sea totalmente equivocado y sólo sea él quien posea la verdad que entraña aquella pelea.
— Bien, esto es algo muy largo, y tengo que comenzar desde hace tiempo para que todo quede claro, es muy... complicado. —contesta enérgicamente, pero sin mayor emoción, más bien se le nota abrumado.
Extiende un brazo, toma la botella, la abre y se la lleva directo hacia la boca. Me quedo atónito ante de ver el modo en que bebe y bebe sin parar, y en su garganta sólo se produce un sonido acuoso al pasar el líquido por ahí.
Me la entrega unos segundos después, y noto todo el líquido faltante: se había bebido al menos una cuarta parte. Hace un par de gestos al sentir su propio aliento, fuerte y mordaz, ardiente y amargo brotando desde sus entrañas.
— Sí, me hacía falta algo así.
— No hay problema amigo. —le digo, y entonces soy consciente de cómo la respiración de Keane vuelve a afectarse, es entrecortada pero acelerada, y sus fosas nasales se expanden y se contraen como las de un animal furioso y atrapado, sabiéndose a punto de morir, pero aún dispuesto a pelear con todas sus fuerzas. Esa es la imagen que presenta, nunca lo había visto, o al menos no lo recuerdo de ese modo, él siempre había sido un chico más bien tranquilo.
Cierra ambos puños puños, y algunas zonas de la venda se tiñen al instante de un escarlata intenso, el color de su sangre que vuelve a salir de las heridas aún frescas.
— Ese maldito se metió con lo que era mío. —gruñe, y su rostro se llena de un rubor extraño. El alcohol sólo había servido para volver a sacar lo peor de sí, pero es algo completamente sincero. Eso tan "peor", tan "malo" es lo que todos somos.
— Bien, no estoy entendiendo nada. ¿Te robó algún imbécil? —le lanzo aquello como una pregunta al azar. Es posible que incluso sin saber nada, se me hubiese ocurrido que se trataba de su chica, pero no quiero que sospeche sobre mi acto de espionaje, que en cierto modo yo ya presencié lo que está a punto de decirme.
— Sí, me robó lo más valioso que yo tenía. —se rasca la cabeza con furia, puedo incluso escuchar el modo en que sus uñas casi se clavaban dentro de su piel incesantemente, como si tuviera sarna. Pero no, sólo busca una salida simple, aunque dolorosa para dejar de pensar, y ahí estaba yo, preguntando y preguntando— Y esa perra no dudó en irse con él. —añade con un tono mucho más bajo, casi en un susurro, como si se lo dijera a él mismo, aunque yo lo puedo percibir, y asiento, para que sepa que comprendo a la perfección.
Él era una máquina asesina, un volcán que podría seguir haciendo erupción una y otra vez hasta que se enfriara, no le importaba derramar sangre, no le importaba lastimarse, porque sólo de ese modo creía que iba a lograr recuperarla, y si eso no era posible, entonces quién sabe lo que podría ocurrir.
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Todo lo que he querido decirte
RomanceTrevor narra sus primeros días en la universidad, donde queda fascinado por una chica de la que ni siquiera conoce su nombre. Todo parece ir bien entre sus cavilaciones y recuerdos confusos se acerca a una extraña verdad que lo atormenta y que se oc...