XXVII

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Aina giró en un pasillo, subió las escaleras que vió y con la ayuda de Kyukimon derribó la única puerta que encontró.

A pesar de que Joseph les había mostrado un viejo mapa de las instalaciones, no tenía memoria fotográfica como para recordarlo todo a ciencia cierta. Sin embargo, aunque no sabía exactamente a dónde iba, sabía por dónde ir. A cada paso que daba, la sensación en su cabeza se hacía cada vez más intensa, como si estuviera resonando con algo, o como si ella fuera un metal y un imán gigante la estuviera atrayendo. Y cada vez su cuerpo parecía pesar más y más, tanto que apenas podía distinguir a las personas con batas que corrían en diferentes direcciones a los lados del pasadizo. Ellos tampoco es que repararan mucho en su presencia, siendo que huían y se preocupaban más por sus documentos, investigaciones y propias vidas que otras cosas al ver a Kyukimon a su lado.

—¡Hey, tú! —entonces alguien gritó a su espalda.

Kyukimon no tuvo problemas para desarmarlos por completo antes de que reaccionaran, pero Aina, que se había apoyado en uno de los muros, se quejó y volvió a empujarse para continuar antes de que más agentes llegasen.

Tenía que llegar al ala contraria de la que estaba. Para eso tenía que cruzar un pasillo enorme que conectaba ambas edificaciones, al que llegaría dando vuelta en el siguiente pasillo y si encontraba las siguientes escaleras. Sin embargo, una especie de pulso la hizo detenerse.

—¡Gugh!

Se llevó las manos a la cabeza.

Ba-thump.

Y luego cayó sobre sus rodillas.

Ba-thump.

—¡Aina! —Kyukimon estuvo en un parpadeo a su lado, pero antes de que pudiera ofrecerle su ayuda, una bola luminosa cortó el aire con un silbido y no le dió tiempo de esquivarlo cuando la pequeña explosión se repartió en múltiples líneas de colores brillantes que se pegaron a su cuerpo como una red eléctrica —. ¡GAGH!

—¡Kyukimon! —Aina llamó, pero fue inútil. Otro pulso la hizo retorcerse. Sabía que no estaba en peligro porque no había perdido su forma, pero eso no disminuía la preocupación.

Menos de un segundo después, entre los gritos y explosiones de fondo, el sonido de tacos resonando entre las paredes se escuchó.

—Mi nexo, mi nexo —cantó Morgana Dein. Aina nunca la había visto tan de cerca, pero no podía no reconocerla cuando se acercaba con la misma sonrisa con la que se presentaba en todos lados, vistiendo su uniforme azul marino. En una de sus manos tenía un arma, en la otra un dispositivo digital del tamaño de un borrador —. Sabía que tarde o temprano regresarías.

Detrás de la mujer, un grupo de agentes ya venían preparados en caso Kyukimon se levantara. Aina intentó reponerse de nuevo, pero Morgana sonrió y presionó algo en aquel pequeño aparato.

—¡¿Ugh-...?!

Otro pulso le recorrió el cuerpo, como una onda de electricidad o tal vez miles de agujas. Pero, se dió cuenta, no era a ella a la que estaba hiriendo. Era diferente, pero no algo que no había sentido antes.

—Sé a dónde te diriges —la jefa de la Directiva cruzó los brazos y relajó los hombros. Su mirada fue condescendiente y al mismo tiempo burlona antes de acercarse dos pasos a ella. Se inclinó con elegancia y sonrió de lado. Más bien, no pudo contener su sonrisa arrogante y presumida, como si ya hubiera ganado —. Deberíamos ir juntas, ya sabes, a menos que quieras que tu adorable... ¿cómo lo llaman? Ah, sí. Compañero sea convertido en energía para lo que queda de las cúpulas.

¿Cúpulas? Aina amplió los ojos y tragó saliva. Pensó en forcejear, en ignorar lo que sea que estuviera pasándole al recordar lo que había dicho Theo, pero por el rabillo del ojo distinguió el arma que sostenía. Era rara, no como las que tenían los agentes. La boca tenía una forma distinta, no la usaba para apuntarle ni amenazar a Kyukimon, mas sus dedos la sujetaban firmemente como si fuera algo imprescindible. Aina sospechaba que ni aún con todo lo que Lina le había enseñado podría quitársela de las manos.

DIGIMON: PROYECTO NEXUSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora