XXXII

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Su brazo probablemente estaba fracturado. De hecho, quizás no era solo su brazo, pero no había tiempo para evaluar los daños en su cuerpo. Un edificio destrozado por un lado, escombros por el otro. Niños lloraban, aunque algunos estaban calmados. Las personas apenas le tomaban atención a pesar de que estaba segura de que el polvo y la tierra no habían cambiado el color de su uniforme azul marino. Eso estaba mal. No se suponía que debía ser así. Todo era un caos. Un caos. Un caos.

Se apoyó en un poste, justo cuando uno de esos... ¿Cómo debería llamarlos? ¿Ex-agentes? ¿Traidores? No importaba, porque todo eso era culpa de los digimon, ¿no? Las personas lo veían así todavía, ¿no?

Morgana se tragó el dolor que su brazo le causaba y siguió avanzando. Se agachó para pasar por debajo de unos cables de alta tensión peligrosamente cerca del suelo y encontró la entrada que había estado buscando. Claro que primero tuvo que empujar una puerta estúpidamente pesada, que no tomó en cuenta su estado físico. Por suerte el sistema de cerrado automático seguía funcionando.

Pero no podía abandonar a esas personas. Oh, no, pobrecitos. No podía dejarlos a la espera de que los digimon volvieran a invadir su mundo cuando las barreras habían sido destrozadas por aquellos llamados elegidos. No, no. Ella era más piadosa que eso.

Seguramente estaba perdiendo sangre, o tenía una hemorragia interna, ya que no supo si las luces parpadearon o si fueron sus propios ojos, pero por los grandes agujeros en las partes superiores de las paredes no parecían ser muy necesarias de todas maneras.

Con su brazo bueno buscó en el bolsillo de su pantalón y sacó aquel objeto del tamaño de dos monedas que uno de sus investigadores de confianza había llamado memoria hace algún tiempo. Sonrió inconscientemente cuando lo encontró sin ningún rasguño, al mismo tiempo que dejaba caer su peso sobre la mesa con aquella pantalla y aparatos con botones.

Seriamente, quizá debió haber hecho el trabajo sola desde el inicio. Era una persona de tecnología, después de todo. Al menos lo suficiente.

—¡Oiga, ¿se encuentra bien?! ¡¿Qué está haciendo?!

Escuchó pasos acercándose a velocidad y con determinación, y alguien se asomó desde fuera del edificio, por donde la habían visto para empezar.

—¡¿Morgana?!

Ah... Ese era aquel reportado como MIA años atrás junto a Abraham.

Ella rió. Y rió, y rió y rió.

Y entonces, encontró la abertura que necesitaba y ella supo, por la imagen y distorsión tanto en los parlantes como en la pantalla, que su creación estaba tomando forma al mismo tiempo que abrían la puerta para intentar intervenir.

Y entonces, encontró la abertura que necesitaba y ella supo, por la imagen y distorsión tanto en los parlantes como en la pantalla, que su creación estaba tomando forma al mismo tiempo que abrían la puerta para intentar intervenir

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El repentino cambio de estado en el cielo logró ponerlos en alerta y uno a uno se fueron levantando, con la mirada atenta cuando parecía que los digimon salvajes empezaron a alejarse de nuevo.

DIGIMON: PROYECTO NEXUSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora