20. Raizel.

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El frío era mucho más crudo por la noche, por lo que podía suponer que llevaba un día encerrada, me negué a comer o beber, pero luego mi hambre venció y me encontré tragando un mendrugo de pan con medio vaso de agua

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El frío era mucho más crudo por la noche, por lo que podía suponer que llevaba un día encerrada, me negué a comer o beber, pero luego mi hambre venció y me encontré tragando un mendrugo de pan con medio vaso de agua.

Esperé que Constantino estuviera al menos buscándome, luego entendí que no tendría sentido, ¿por qué?
Ya había obtenido lo que quería, el resultado de mi investigación de meses, ahora además desaparecía para quitarle el peso de mis amenazas.

Decidí que al menos por mi memoria podría ser gentil con mi familia, seguro Esen se lo exigiría, al menos.
Luego de sus palabras, lo dudaba.

Entonces noté que no había ninguna razón por la que yo debiera salir de esa habitación, no viva, ninguna más del hecho de que no quería terminar ahí, no quería pagar por el precio de mis acciones, no quería terminar así.

El frío me obligó a tiritar, mis dientes castañaron hasta adormecerme la mandíbula.
Para ese punto no sentía mis pies, mi columna era una vara tensa que me adormecía la parte trasera de la cabeza.

Quería vomitar.

La oscuridad, el frío, la desesperación, ansiedad densa y pesada, todo me embargó.

Y entonces sí, lloré.

Recosté mi frente en una mano, y esa en la rodilla, y dejé que los sollozos me embargaran, por primera vez en meses me permití hacer el duelo por todo lo que había perdido.

Me sostuve al poste de la cama, sin importarme en lo ridícula que me sentía, y dejé que los sollozos se arrancaran de mi pecho.

Cubrí mi rostro, inhalé de forma profunda, dándome un momento para calmarme y tranquilizarme, como hacía siempre.
Como siempre podía.

Fue demasiado tarde cuando escuché el ruido de la puerta y ya no quise dar la cara.

No alcé el rostro porque no quería ver a esos infelices regodearse en mi miseria, esta persona debía querer un plano cercano de la desgracia, porque percibí como el colchón sucio se hundió con el peso de alguien.

Alejó el pelo de mi rostro con una suavidad que me dejó helada, esta persona hizo mirarla al sostener mi mentón hacia su rostro y me sorprendí ante el primer vistazo de sus ojos dispares.

El calor ardió en mis mejillas ante el escrutinio de su mirada.

Las lágrimas amenazaron con salir otra vez, y entonces Cavale cerró sus labios sobre los míos.

La sorpresa no me dejó reaccionar en un primer momento, él aprovechó para sostener mi rostro y abrió su boca para volver a besarme.

Luego solo me dejé disfrutar de él, de sus labios dulces, de la presión de su cuerpo hasta hundirme contra el cabezal de la cama, estuve a punto de derretirme en sus brazos, sobrecogida por la familiaridad en sus caricias gentiles.

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