41. Cavale | El sacrificio de los corderos.

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Capítulo 41:
El sacrificio de los corderos.

El aire en Cumbre Aciaga era mucho menos viciado que en Senylia, no estaba libre de contaminación, pero los árboles y vegetación daban un soplo de tranquilidad y calma que no se encontraba en medio del estruendo de luces de neón.

Aproveché el corte en una de mis clases para salir afuera por un cigarrillo.

Me recosté contra el viejo edificio de piedra, observando el cielo gris que nunca llegaba a esclarecer.

A lo lejos, en el límite del bosque que rodeaba el campus, observé a Lerem Barsa, era uno de mis alumnos de las clases de la tarde, terco y obstinado, como todo adolescente de dieciocho años, pero a veces tenía más problemas de los que tendría si supiera mantener la boca cerrada.

Faltó a mis clases dos semanas cuando lo enviaron a entrenar con los centinelas por mal comportamiento, entregó un trabajo donde hablaba sobre el mito de la Instauración y comparaba la falta de información pre-instauradores con la quema de libros en la Alemania nazi, un antiguo país que existió en alguna de las tierras que hoy conformaban los territorios de la Vieja Alianza.

El informe no me provocó la misma indignación que a la profesora García, pero claro que no eran mis clases las que corrían peligro de mostrarse como incitadores a pensamientos subversivos.
Evitó toda señalización delatando a su alumno con las autoridades y lo enviaron a corregir sus ideas con los centinelas, aprender bien de los perros más fieles.

Tiré la colilla del cigarrillo para luego aplastarla en el piso, decidí ir tras él. El bosque era peligroso por las noches, las desapariciones de varios alumnos tenían alertados al personal y con toque de queda al resto del pueblo.

Lo seguí a través de la maleza y lo encontré hablando con un policía de los centinelas.
Me mantuve quieto, a cierta distancia, esperando no ser captado.

No alcancé a escuchar lo que decían, pero pude ver cómo el chico intercambiaba un paquete con el hombre de pelo blanco.

Me escondí cuando Bersa volvió corriendo por donde habían llegado sus pasos.

Aguardé hasta escuchar sus botas por el empedrado del patio de los caminos que serpenteaban la facultad.

Luego volví sobre mis pasos, el policía siguió un camino diferente aunque desembocó en el mismo lugar.

Aguardé, encendí otro cigarrillo, fingí estar demasiado despreocupado cuando él pasó frente a mí, erguido y en guardia, fingiéndose el ejemplo perfecto de deber.

──Los policías tienen prohibido hablar con los alumnos.

Él revisó, hizo un pareo rápido por el lugar.

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