Segunda parte de la trilogía 'LOS ARCHIVOS DEL CÓNCLAVE'.
Lejos de las luces y el estruendo de Senylia, se esconden los oscuros secretos de Cumbre Aciaga, un pueblo perdido donde la calma abrumadora de lo salvaje los hará enfrentar a sus más profund...
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Cavale no volvió a mirar hacia atrás cuando emprendió camino, y lo seguí, la vieja casona podría ser un laberinto en la oscuridad, pero el primer salón con el que nos encontramos nos dio un buen punto de partida.
Manchas de sangre cubrían el piso y salpicaban las paredes grises, en un rincón de la estancia se escuchaban los lamentos agónicos de un hombre desmembrado.
──Raizel, ven, sígueme.
Hasta entonces noté que me había quedado pasmada.
Cavale me envolvió, sus brazos firmes me rodearon hasta cerrarse sobre mi pecho y me instó a moverme.
No podía despegar los ojos del horror, de las gargantas destrozadas, de los huesos expuestos y las vísceras como hilos sobre las tablas de madera.
Me liberé de Cavale para ir hasta una mesa, el único mueble en la habitación, tenía una botella de coñac a medio tomar, un mazo de cartas desperdigado en tres manos y el bolso con mis pertenencias.
Recuperé mi teléfono y no tardé en comprobar que todavía tenía algo, me saltó un mensaje de Constantino Karravarath.
«El 3307 no está. Vuelve ya al laboratorio».
Tardé un momento más en entenderlo.
──Ustedes trajeron al 3307 ──entendí──, los que forzaron el sistema fueron ustedes.
──Es la hermana de Zetra, no un código, Raizel.
Negué con la cabeza, el miedo tomando mi parte racional.
Luego me arrodillé junto al cadáver para rebuscar en sus bolsillos, de su cinturón tomé el arma, me la guardé al comprobar que aún tenía balas.
──¿Sabes usar eso?
──Esen me enseñó a disparar, más o menos.
Rebusqué entonces hasta dar con lo más necesario, el segundo guardia llevaba un paquete de inyecciones sedantes.
Al menos no habían sido tan tontos como para pensar que podrían mantenerla a raya sin nada, lamentablemente, no contaron con que esos sedantes son solo para neófitos y en los furia funcionan en un estado muy temporal.
Me guardé el paquete completo en el cinturón de la falda.
──Raizel, ¿qué haces? Ven aquí.
Cavale me instó a ponerme de pie, con cuidado me guio hasta una habitación contigua, como si yo no hubiera visto ya todo el escenario de muerte y vísceras.
Nos metió en una habitación conjunta y cerró tras él, creí reconocerlo, era el comedor pequeño, al que nos asignaron cuando cursamos el quinto año y estábamos entre las mayores del internado, a los dieciséis podías ser ayudante de las institutrices y para el fin del internado podías permanecer con estancia fija como profesora.