22. Constantino | Esclavos del hambre.

879 84 1
                                    

Capítulo 22:
Esclavos del hambre.

Cuando llegué al laboratorio el lugar permanecía en la misma insolente y tranquila pulcritud de siempre, pero había algo, un olor rancio en el ambiente que impregnaba todo con un rastro de podredumbre

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Cuando llegué al laboratorio el lugar permanecía en la misma insolente y tranquila pulcritud de siempre, pero había algo, un olor rancio en el ambiente que impregnaba todo con un rastro de podredumbre.

Ellos habían estado aquí.

Fui directo hasta la habitación 37Z solo para comprobar lo que ya sabía.

Se la habían llevado.

Le envié un mensaje a Raizel, esperé que no hubiera sido tan tonta como para caer por un par de palabras de Rival y mandar meses al traste por un burdo amorío.

Cerré todo el recinto con el código de seguridad principal, uno de sellado automático que solo yo conocía y podía activar.

Para el momento en que llegué a mi auto y Raizel todavía no había respondido, supe que tenía que encender su ubicación.

Me mostró un lugar a unos quince kilómetros de donde estábamos, el viejo Internado de Cumbre Aciaga.

᯽• ────── ೫ ────── •᯽

Por el mal camino, escarpado y salpicado de pozos, tardé media hora hasta estacionar cerca del complejo, supuse que ellos estarían actuando a consciencia, por lo que debían estar esperando mi llegada y no tendría mucho sentido esconderme.

Era un recinto de estructura victoriana como le gustaba a algunos de los vampiros más románticos, el último resquicio antes de sumirnos en la modernidad y donde la muerte era casi una compañera más a la mesa.

De fachada gris y ventanales rectangulares, rígido y oscuro, clavado en medio del bosque.

Escuché el crujir de la grava, pasos, y una respiración muy leve que conocía muy bien.

Salí del auto para encontrarme con la sonrisa descarada de Esen, ladeó la cabeza como si necesitara ese ángulo para reconocerme.

──Hola, cariño ──me saludó con exagerada coquetería.

Pasé el peso de una pierna a la otra, tardé un largo segundo más en guardar las llaves del auto, luego dejé las manos quietas.

──¿Qué se supone que haces aquí? ──exigí.

Frunció el ceño, visiblemente molesta, colocó ambas manos en las caderas antes de levantar su barbilla con bastante petulancia.

──¿No te alegras de verme?

Me acerqué hasta que pude sentir el perfume fuerte a lilas y vainilla que desprendía de su pelo.

Esen me respondió con una sonrisa socarrona de labios pegados, lo siguiente que supe fue que tenía el brazo presionado detrás de la espalda y las rodillas embarradas en el suelo de grava.

PresasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora