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Harry comenzó a darse cuenta de que Louis hacia cosas raras. No era normal que cada noche llegara oliendo a loción cara, a humo y a cerveza. ¿De qué mierda trabajaba?

—Mira lo que te he traído— dijo Louis acercándose a él lentamente.

Harry estaba acostado con la cobija hasta la barbilla. Lo miraba con una sonrisa en los ojos. Louis juró que valía la pena todo lo que estaba haciendo.

—Sé que te gustan tus audífonos de cable, pero mira éstos. O sea, también son de cable, pero son modernos— dijo poniendo un caja en medio del pecho de Harry—. Ábrelos.

Eran unos audífonos de diadema con un diseño bastante moderno. La etiqueta de la caja decía que tenían un audio mejorado y que era posible la cancelación de todo ruido externo.

—No puedo aceptarlos— dijo Harry con las mejillas rojas.

—Claro que puedes. Los compré para ti, claro que puedes aceptarlos. Si no te gustan podemos ir a cambiarlos, no he tirado el ticket— sonrió.

Esa sonrisa. Pensó Harry.

Louis sabía que hacer para que el rizado cayera. Sonreía ampliamente y sus ojos se achinaban en una mueca llena de ternura. Mierda.

—Pásame el móvil— dijo con los ojos cerrados.

El rizado no usaba su muy tecnológico teléfono, no lo usaba para nada más que no fuera para tomar fotos y escuchar música. A veces la batería del aparato se acababa por desuso. Louis insistía en que lo usara.

—Dime cómo se escuchan.

Harry conectó el pequeño cable y cerró los ojos al ponérselos sobre las orejas.

Las música llegó directamente a sus oídos, de una manera suave y firme. Se quedo quieto, como hipnotizado por el sonido que llegaba hasta su cerebro y lo hacía vibrar.

—¡Oh!

Louis sonrió.

—¿Cómo se oye?— no hubo respuesta.

Sonrió aún más al saber a su chico totalmente ajeno al mundo exterior. El sonido que los auriculares proporcionaban debía ser demasiado suave, pues no llegaba ni un rastro de sonido hasta él. Harry se los quitó. Al abrir los ojos se dio cuenta de que había estado a punto de llorar.

—Se oyen muy bien— sonrió mirando sus manos.

—Me alegra que te hayan gustado— le dio un beso en los labios.

Se acostaron. Harry era, como siempre, la cuchara pequeña. Louis detrás de él había colado las manos en su camisa, le daba pequeña y muy suaves caricias en su piel.

—Ayer tuve una idea que sé que te va a disgustar mucho, pero tengo que intentarlo.

—¿Qué planeas, Louis Tomlinson?

—Festejemos Navidad— Harry negó inmediatamente—. ¿Por qué no?

—Eso no es para nosotros, además ya es mañana— se rio—. No podemos. No tenemos derecho a festejar algo así.

—Claro que tenemos derecho, copo— suspiró—. No quiero que sigamos viviendo en esta tristeza eterna— alzó los hombros—. ¿Por qué te niegas tanto a ser feliz?

—No me niego a ser feliz, Louis— cerró los ojos con fuerza—. Sólo es que he aceptado la condición que me ha tocado vivir. Desde hace mucho que la acepté.

—Vivir una vida feliz es la condición que merecemos, Harry. Hemos estado pudriéndonos desde que llegamos a este lugar...— lo interrumpió.

—Bueno, pues a lo mejor lo mío es estar podrido— dijo en un tono brusco de voz—. Louis, desde niños hemos sabido que esta es nuestra realidad. Sin un Santa Claus, sin una fiesta de Año nuevo, sin un Dia de las madres, ni un cumpleaños feliz. ¿Qué que esperas?

Cuarteles de invierno 🌨️Larry S.🌨️ LTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora