Día 18

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Día 18

Ella está sentada tranquilamente en el banco del parque escribiendo porque tiene que entregar un trabajo el lunes y no puede perder el tiempo. Sin embargo, quería venir al parque. Tenía más ganas que nunca de verlo... No obstante, él no llega, pasan los minutos y él no aparece. Jade se arrepiente de no haberse comprado un café, echa en falta al café y por loco que parezca a él también.

Mira el reloj y los minutos pasan, se empieza a desesperar y a entristecer. Está mirando a todas partes cuando delante de sus narices aparece un vaso de café para llevar, ella levanta la vista y lo ve, tan atractivo como siempre. Hoy lleva unos vaqueros y una sudadera blanca, además de un gorro de lana que le hace más atractivo aun si cabe.

― ¿Café? ―dice él ofreciéndole uno de los dos cafés para llevar que lleva en la mano.

Ella sin apartar la vista de sus ojos lo coge y le sonríe. Él se sienta junto a ella en el banco.

―Soy Rubén ―dice el nervioso―. ¿Y tú?

Ella en las hojas donde estaba escribiendo escribe en la esquina superior su nombre.

―Jade... ―lee el en voz alta― bonito nombre, me gusta.

Rubén se queda paralizado unos segundos al darse cuenta de que ha pensado en voz alta, pero al ver la reacción de ella su cuerpo se calma. Jade sonríe con las mejillas sonrojadas y le dedica una sonrisa sincera al chico del baloncesto al que por fin le ha puesto nombre.

― ¿Escribes? ―pregunta él animado―.

Ella comienza a sentirse mal por no poder contestarle. Él está nervioso porque le gustaría escuchar su voz, aunque sea un momento y Rubén se ha percatado de algo que le ha puesto realmente nervioso: ella cada vez que habla le mira los labios. Él también se ha fijado en los labios de ella y debido a la atracción que siente le gustaría besarla, sabe que en otras circunstancias no hubiera esperado tanto en conocer a una chica que le resulta atractiva. Sin embargo, con Jade hay algo que le hace ir despacio, que le hace querer disfrutar de cada momento como si cada instante fuese digno de saborear. Ella ante su pregunta simplemente asiente. Jade desea poder decirle algo más, pero sabe si quiere comunicarse con él tiene que mostrarse tal y cómo es y arriesgarse a las posibles consecuencias.

―Si no quieres hablar me voy, lo entiendo ―comienza Rubén apenado, sintiéndose fatal―.

Pero Jade lo detiene por el brazo cuando este se levanta. El contacto con ella le pilla por sorpresa y ve en sus ojos que algo no va bien, se vuelve a sentar junto a ella sin apartar la vista de su cara. Ella escribe algo de nuevo en la hoja donde había escrito su nombre, le tiembla la mano al escribirlo y tiene miedo de que una vez se entere se marche. Ella le muestra el papel y él lo lee en voz alta.

―Soy sorda.

Al leerlo él la mira con cierta sorpresa y ella aparta la mirada avergonzada, sintiendo una horrible presión en el pecho.

―No puedes hablar... ―afirma Rubén para sí mismo―.

―So-solo un po-poco ―dice ella con dificultad―.

Al oír su voz por primera vez Rubén se estremece, es la voz más dulce del mundo. Él desvía la mirada de ella un momento y la vuelve a posar sobre el cuaderno en el que está escrito su nombre y la confesión de su sordera, para después mirarla de nuevo a la cara.

―Por eso me miras los labios ―comprende él― porque me los lees...

Ella asiente con una sonrisa triste... Rubén tras procesar un momento la situación y encajar las piezas, se da cuenta que le no importa su condición. Simplemente siente rabia al saber que no podrá escucharlo. No obstante, está muy interesado por esa chica, siente una atracción como nunca la había experimentado y no quiere permitir que un detalle tan mínimo como ese le impida conocerla si ella quiere.

―Perdona mi sorpresa, es que eres la primera persona sorda que conozco ―comienza a disculparse Rubén― y cuando me lo has dicho he empezado a encajar las cosas. Si quieres hablo más despacio...

Jade niega con la cabeza divertida ante la reacción de él. Siente su incertidumbre y sabe que no quiere hacerla sentir incómoda.

―Ya sabes, para que puedas leerme mejor los labios ―él continua, esta vez mucho más lento y queriendo marcar cada sílaba que pronuncia.

Ella suelta una pequeña carcajada y lo mira a los ojos. Una esperanza crece en su interior

«No le importa que sea sorda» piensa ella. «Me acepta».

Comienzan así a comunicarse por escrito en el papel que ella ha estado empleando. Las palabras se transforman en dibujos y en aquel lugar único sonido que suena es el de la risa de dos jóvenes que aún no son conscientes de lo mucho que van a llegar a querer. 

Todos los días que pasamos juntosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora