Día 4

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Esta vez a Jade no va la hora de siempre a su cita con el parque,se le ha hecho tarde ya que ha pasado por su librería de confianza para comprar un nuevo libro, esta vez se ha dejado guiar por María, la dueña de la librería, para su elección. Ha elegido una novela juvenil de una de las autoras más reconocidas en el panorama español (o al menos eso ha dicho María) en el ámbito de la novela juvenil fantástica: Donde los árboles cantan de Laura Gallego.
Cuando llega al banco de siempre ve que el chico ya está jugando, hoy lleva ropa diferente, una sudadera; pues ya se va sintiendo la fría brisa del otoño de Madrid. En unos días el color cobre irá tiñendo las hojas de los árboles hasta que estas caigan y en el suelo se forme un mar de oro que cruje a cada paso.
Ella se dirige con la cabeza agachada hacia su asiento, solo desea llegar lo antes posible y sumergirse en esa nueva historia que lleva entre las manos. Le da vergüenza levantar la vista porque sabe que él, el chico que ni siquiera sabe su nombre, la está mirando... y no se equivoca.
Nuestro protagonista, Rubén, quién también siente una enorme curiosidad por saber el nombre de su compañera de tardes, mira como ella se dirige vergonzosa al banco. Al ver la postura tímida de Jade siente una gran dulzura, empatiza con ella porque también era muy tímida hasta no hace mucho; aunque gracias a la universidad ha podido desarrollar sus habilidades sociales y se considera una persona mucho menos extrovertida que en el instituto.
Hoy no se corta mucho en mirarla. "Está preciosa" piensa él. Lleva una sudadera gris y unos vaqueros ajustados con un gorro negro que le da un toque encantador.
Él, mientras hace algunas carreras y después tira a canasta, se pregunta qué pensará ella de él. Siente mucha curiosidad y le gustaría saber qué siente ella cuando lo ve, para así saber si tiene alguna posibilidad con ella.
Él decide no privarse del placer de mirarla, ya que no la verá en todo el fin de semana. Le gusta ver sus reacciones cuando lee; a veces frunce el ceño, otras se muerde el labio o sonríe. "Madre mía, cuando sonríes" se dice para sí mismo. No le gusta admitirlo, y no se lo ha comentado a ninguno de sus amigos todavía; pero siente que ha tenido un flechazo por la chica del parque.





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