Capitulo 14

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Mariana

*Cuatro Años Después*

Han pasado dos años desde que me mudé a Rusia, donde logré posicionar mi empresa de Nueva York entre las mejores del mundo. Durante este tiempo, me he mantenido en contacto con Ligia, quien este fin de semana se casa con Rodrigo, y como buena amiga, seré su testigo. Al principio, mi estancia en Rusia no fue nada fácil; adaptarme al cambio de horario y al clima fue todo un reto, pero ahora todo va de maravilla. Mis padres me visitan siempre que pueden, y yo hago lo mismo, yendo a Londres a verlos, ya que decidieron no regresar a Nueva York debido a los recuerdos que esa ciudad les trae. Una dulce y angelical voz me saca de mis pensamientos.

—Mami, ya estoy lista.

—Bien, iré por mi bolso y nos vamos, mi niña.

Cuando llegué a Rusia, descubrí que estaba embarazada. Intenté comunicarme con Max el día que me enteré para contarle, pero no estaba disponible en ese momento. Isabella sabe que su padre está lejos, pero que la amaría con todo su corazón. Max no sabe de su existencia, no porque no haya querido decírselo, sino porque recibí un mensaje de su parte que me hizo cambiar de opinión. Cuando regreso a la sala, Isabella está lista junto con Sebastián, y estamos por salir.

—¿Nos vamos, mami? —pregunta mi pequeña.

—Sí, princesa.

—Hola, Mariana —saluda Sebastián.

—Hola, Sebastián.

—Es hora de irnos a Nueva York para la boda de la tía Ligia —comenta Isabella con emoción.

—Sí, mami —responde, ansiosa.

Sebastián es el hermano menor de Ligia, quien también vive en Rusia. Él ha sido un gran apoyo para Isabella, y me alegra que lo vea como un tío.

Después de un largo viaje, llegamos a Nueva York. Isabella se quedó profundamente dormida en mis brazos.

—¿Qué le dirás cuando se entere? —pregunta Sebastián, refiriéndose a Max.

—No lo sé, pero jamás permitiré que me separe de mi hija.

—No creo que lo haga, pero sabes que te apoyo, ¿verdad?

—Lo sé. Gracias por estar siempre para nosotras.

—No hay de qué. Sabes que adoro a Isabella.

—Mírala, se quedó dormida de tanto preguntar sobre Nueva York.

—Se ve tan adorable.

Veinte minutos más tarde, llegamos a mi nueva casa en Nueva York. Ya había seguridad esperándonos. Entramos, y llevé a Isabella directamente a la cama para que descansara mejor. Al volver, me encontré con la mirada interrogativa de Sebastián.

—¿Qué se supone que hacemos en esta casa?

—Aquí nos quedaremos. Esta será mi nueva casa.

—¿Cuánto tiempo planeas quedarte aquí, Mariana?

—Solo mientras tu hermana regresa de su luna de miel.

—¿Y qué pasa si alguien ve a Isabella?

—No ocultaré a mi hija de nadie, Sebastián.

—¿Vendrá a la boda?

—No, se quedará con mis padres. Ellos llegan mañana para firmar un contrato que nadie más puede hacer.

—¿Qué harás cuando Max se entere? Preguntará por qué se lo ocultaste.

—Él sabrá por qué lo hice.

—Te odiará por no habérselo dicho.

—Yo también debería odiarlo a él, pero no lo hago. Lo busqué, pero me encontré con algo que no esperaba.

—De acuerdo, tengo que irme. Iré a ver a Ligia. ¿Vienes?

—Dentro de una hora estaré allí.

Subí las escaleras y vi a mi hija jugando con una de sus muñecas favoritas, como siempre. Sé que al estar aquí, estoy bajo la mirada de muchas personas que querrán saber qué ha sido de mi vida, pero protegeré a Isabella de cualquiera que quiera hacerle daño.

—Princesa.

—¿Sí, mami?

—Vamos a darte un baño. Iremos a visitar a la tía Ligia.

—Está bien, mami. ¿Y qué haremos allí?

—La visitaremos y yo arreglaré unos asuntos con ella.

—¿El tío Sebas estará allí?

—Claro que sí.

Después de un largo baño, nos dirigimos al departamento de Ligia. Tenía que revisar unos documentos y aprovecharía para ayudarla con los últimos planes de su boda. En veinte minutos, ya estábamos frente a la puerta. Toqué el timbre, y quien me abrió no fue Ligia, sino Rodrigo, quien me dedicó una sonrisa.

—Hola, Rodrigo.

—Hola, Mariana. ¿Cómo estás?

—Bien, gracias. ¿Y tú?

—Bien, pasen.

—Gracias.

—Pequeña Isabella, ¿no me saludas?

—Hola —responde tímidamente Isabella, mientras Rodrigo sonríe.

—Amiga, llegaste —dice Ligia.

—¿Cómo estás, Ligia?

—Bien, ¿y tú?

—Bien, gracias.

—¿Dónde está Isabella?

—Con Rodrigo.

—Se ve tan lindo. ¿Crees que sería un buen padre en el futuro?

—Creo que lo será —dije con una sonrisa.

Rodrigo es una de las pocas personas que saben que Isabella es hija de Max. Cuando se enteró de su existencia, quiso decírselo, pero al igual que yo, él también se topó con algo que no esperaba de Max, y lo confirmó con el mensaje que me envió. Dejé de pensar en eso cuando escuché la risa de mi hija. Rodrigo le estaba haciendo cosquillas, y ella se veía tan adorable. Cada vez que sonríe, es un bálsamo para mi corazón.

—¿Cómo vas con los preparativos de la boda? —le pregunté a Ligia.

—Ya casi todo está listo. Solo falta el vestido, que lo entregan mañana. ¿Me acompañas, cierto?

—Por supuesto, no me lo perdería por nada.

—¿Llevarás a Isabella a la boda?

—No, se quedará con mis padres, que llegan hoy.

—Bien, así podrás disfrutar un poco de la fiesta.

—Sí.

Pasamos el resto de la tarde en casa de Ligia. Isabella se divirtió mucho, riendo y jugando con Rodrigo y Ligia, quienes la han amado desde que supieron que venía en camino. Siempre han estado para nosotras en cualquier momento. Cuando comenzó a anochecer, Isabella se quedó dormida, así que decidí que era hora de irnos. Me despedí de ambos. Cuando terminé de acomodar a Isabella, una voz me sobresaltó.

—Hola, Mariana.

—Hola, Max.

—¿Cómo estás?

—Bien, ¿y tú?

—Bien.

—Nos vemos, tengo que irme —me despedí apresurada.

Max sigue igual de guapo, o incluso más que antes. Luce uno de sus habituales trajes negros, impecable, sin una sola arruga. Me pregunto qué sucederá con este sentimiento que creía haber enterrado hace más de tres años. Tengo que prepararme para lo que vendrá cuando se entere de que tiene una hija de tan solo dos años...
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Secretos, Amor y Venganza 💫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora