Capitulo 21

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Mariana

Los días continuaron su curso, llenos de pequeñas rutinas que nos hacían sentir más como una familia. Max y yo habíamos encontrado un equilibrio, y aunque no éramos una pareja en el sentido tradicional, compartíamos algo profundo y significativo por Isabella.

Sin embargo, había algo en mi corazón que aún necesitaba resolver. Algo que había estado posponiendo por demasiado tiempo. Una tarde, mientras Isabella jugaba en el patio y Max estaba ocupado con trabajo, decidí que era momento de enfrentar mis fantasmas.

Fui al armario y saqué una pequeña caja de recuerdos. Dentro, había una foto antigua de mi hermano Osvaldo y yo, tomada muchos años antes de que nuestras vidas se complicaran tanto. La miré con tristeza, sabiendo que había algo que necesitaba hacer.

Le dije a Max que necesitaba salir por un rato y que estaría de vuelta pronto. Él asintió, preocupado pero comprensivo. Conduje hasta el cementerio, sintiendo una mezcla de nerviosismo y resolución.

Al llegar, caminé lentamente entre las tumbas hasta encontrar la de Osvaldo. El lugar estaba tranquilo, con solo el susurro del viento y el canto de los pájaros rompiendo el silencio. Me arrodillé frente a la lápida, tocando suavemente el nombre grabado en ella.

—Hola, Osvaldo —susurré, mi voz quebrándose un poco—. Hace mucho tiempo que no vengo aquí.

Me quedé en silencio por un momento, tratando de ordenar mis pensamientos.

—He estado cargando con esto durante mucho tiempo —continué—. La rabia, el dolor... lo que hiciste fue imperdonable, pero ya no puedo seguir viviendo así.

Mis ojos se llenaron de lágrimas mientras recordaba los momentos difíciles, la traición y la sensación de pérdida.

—Te odié durante mucho tiempo, Osvaldo. No podía entender por qué nos hiciste tanto daño. Pero hoy... hoy he decidido que es hora de perdonar. No por ti, sino por mí. Por Isabella. Necesito dejar ir todo este peso para poder ser la madre que ella merece.

Las lágrimas caían libremente ahora, y sentí una extraña mezcla de tristeza y alivio.

—Te perdono, Osvaldo. Te perdono por todo el dolor que causaste. Espero que, donde sea que estés, encuentres paz. Y espero que también puedas perdonarte a ti mismo.

Me quedé allí un rato más, en silencio, permitiéndome sentir el cierre que tanto necesitaba. Finalmente, me levanté y dejé la foto al pie de la lápida, como un símbolo de reconciliación y despedida.

Al regresar a casa, me sentí más ligera, como si un gran peso hubiera sido levantado de mis hombros. Max me recibió con una mirada curiosa pero no preguntó. Sabía que cuando estuviera lista, se lo contaría.

Esa noche, después de acostar a Isabella, me senté con Max en el sofá y le conté lo que había hecho.

—Fui a ver a Osvaldo —le dije, observando su reacción.

—¿Al cementerio? —preguntó suavemente.

—Sí. Sentí que necesitaba hacerlo. Le dije que lo perdonaba —expliqué, sintiendo una nueva paz en mis palabras.

Max me tomó de la mano, ofreciendo su apoyo sin necesidad de más palabras. Sabía que entendía la importancia de lo que había hecho.

A partir de ese día, sentí una nueva claridad y fuerza. La relación con Max y el bienestar de Isabella se convirtieron en mi prioridad absoluta. Nuestra pequeña familia, aunque no convencional, estaba basada en el amor y la comprensión.

Con el tiempo, Max y yo continuamos creando recuerdos y tradiciones que Isabella atesoraba. Fuimos a la granja de calabazas, decoramos el árbol de Navidad juntos y tuvimos nuestras noches de cine semanales. Cada pequeña cosa fortalecía nuestro vínculo y nos acercaba más.

Y aunque Osvaldo ya no estaba, su presencia había dejado una marca en mi vida que ahora podía aceptar y comprender con un corazón más ligero. Había aprendido a perdonar y, en ese proceso, había encontrado una nueva paz que me permitía ser la mejor madre posible para Isabella y la mejor versión de mí misma.

La vida seguía adelante, con todas sus alegrías y desafíos, y me sentía lista para enfrentarla con renovada esperanza y fortaleza.

Unas semanas después de mi visita al cementerio, la vida había recuperado su ritmo habitual. Max y yo seguíamos compartiendo tiempo con Isabella, creando recuerdos felices y fortaleciendo nuestro vínculo como una familia no convencional. Sin embargo, había algo más en mi mente, algo que había estado considerando desde hace un tiempo.

Una noche, mientras Isabella jugaba en su habitación y Max y yo estábamos en la sala revisando algunos papeles, decidí que era el momento adecuado para hablar.

—Max —dije, llamando su atención—, ¿recuerdas cuando mencionamos la idea de salir a cenar los dos solos alguna vez?

Él levantó la vista y asintió con una sonrisa.

—Sí, lo recuerdo. ¿Estás pensando en hacer eso pronto?

Asentí, sintiendo un ligero nerviosismo.

—Sí, creo que sería bueno. Pero no estoy segura de a quién dejar a Isabella por la noche.

Max reflexionó por un momento y luego su rostro se iluminó con determinación.

—Mariana, hay algo que quiero decirte. He estado pensando mucho en nuestra situación, en lo que somos como familia. Y he llegado a la conclusión de que quiero formar una familia contigo y con Isabella. No solo como padres separados, sino como una familia completa. Me gustaría pasar más tiempo juntos, no solo como amigos o como padres, sino como pareja —dijo, su voz llena de sinceridad y emoción.

Me quedé sorprendida por sus palabras, sintiendo una oleada de emociones abrumadoras. Durante un momento, todo se detuvo mientras procesaba lo que acababa de decir.

—Max, yo... no sé qué decir —balbuceé, luchando por encontrar las palabras adecuadas.

Él se inclinó hacia mí, tomando mi mano con ternura.

—No tienes que responder ahora mismo, Mariana. Solo quiero que sepas cómo me siento. Y quiero que sepas que estoy aquí para ti, para Isabella, para lo que necesiten. Si decides que no estás lista para dar ese paso, lo entenderé. Pero quiero que sepas que te amo, a ti y a Isabella, y que quiero ser parte de sus vidas de la manera más completa posible —dijo, su mirada fija en la mía.

Sentí un nudo en la garganta mientras luchaba por encontrar las palabras adecuadas. Finalmente, me armé de valor y le respondí con honestidad.

—Max, no sé qué nos depara el futuro. Pero lo que sí sé es que te quiero a ti y a Isabella más de lo que puedo expresar. Me encantaría poder formar una familia juntos, de verdad. Pero necesito tiempo para procesar todo esto, para asegurarme de que es lo correcto para todos nosotros —dije, mi voz temblorosa por la emoción.

Él asintió con comprensión, su expresión llena de cariño y paciencia.

—Entiendo, Mariana. Tomate el tiempo que necesites. Estaré aquí, sin importar qué decidas —dijo, su voz suave y reconfortante.

Nos quedamos en silencio por un momento, dejando que nuestras emociones se asentaran. Luego, Max sugirió que dejáramos la conversación por ahora y nos concentráramos en el momento presente.

—¿Te gustaría pasar la noche juntos? —preguntó con una sonrisa traviesa—. Podríamos ver una película o simplemente hablar y ponernos al día.

La idea me pareció reconfortante, una oportunidad para seguir explorando nuestros sentimientos y nuestra conexión.

—Me encantaría —respondí con una sonrisa.

Pasamos el resto de la noche juntos, hablando, riendo y compartiendo momentos íntimos. Aunque el futuro seguía siendo incierto, sentí una sensación de calma y seguridad en los brazos de Max. Estábamos juntos, navegando por las aguas desconocidas de la vida, y eso era suficiente por ahora.


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Secretos, Amor y Venganza 💫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora