capítulo 11.

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𝘑𝘢𝘺

¿Que qué tal esto de ser entrenador? Es más difícil de lo que parece.

Cuando empieza la sesión de la mañana, parece fácil. Preparo algunos ejercicios para los jugadores ofensivos más jóvenes y los pongo a correr como locos.

Llevo un silbato al cuello y tienen que hacer todo lo que les diga. Dinero fácil, ¿verdad? No tan rápido.

Cuando me encargo de una sesión de entrenamiento para los adolescentes más mayores, todo se desmorona. No es que los chicos no sean buenos. Sus niveles de habilidad varían de asombroso a virtuoso.

Sin embargo, no trabajan en sincronía como un equipo universitario. Son tozudos e irracionales. Escuchan lo que digo y luego hacen lo contrario.

Son adolescentes. Y después de diez minutos de juego estoy básicamente dando cabezazos contra el plexo mientras rezo por mi propia muerte.

—Pat —ruego— Por favor, dime que yo no era así.

—No —contesta y sacude la cabeza2 Eras tres veces peor.

Entonces, ese traidor tiene el valor de salir del edificio y dejarme a cargo de treinta jugadores de hockey gamberros, sudorosos y enloquecidos por las hormonas.

Hago sonar el silbato por millonésima vez.

—¡Fuera de juego! Otra vez. ¿En serio?—pregunto a Mark, un arrogante defensa que lleva toda la sesión torturando al portero. Los dos tienen una especie de vendetta el uno contra el otro y el caos general no ayuda— ¡Competición! —exclamo.

El juego comienza de nuevo cuando dejo caer el disco. Levanto la vista para ver a Yang bajar por la rampa para ayudarme con el ejercicio. Menos mal.

Su rostro tranquilo es como un soplo de aire fresco. Me acerco patinando y salto la pared para saludarlo.

—¿Por qué no me contaste que este trabajo era tan y tan difícil?— Sonríe, y mi corazón se derrite un poco, como siempre.

—¿Qué es lo difícil? Ni siquiera estás sudando. —Sin embargo, sí que estoy sudado, pues, incluso cuando giro la cabeza para observar a mis jugadores, Mark se desliza hacia atrás contra el portero del que se ha estado burlando y lo derriba.

Parece intencionado y Yang habrá pensado lo mismo porque ambos corremos a zancadas y saltamos la pared para llegar hasta allí.

—¿Qué...? —comienza Lee, el portero. Mark sonríe.

—Lo siento.

—Puto amarillo —maldice Taeyong.

—Maricón —replica Mark. Mi silbato suena tan fuerte que Yang se cubre las orejas con las manos.

—Dos minutos de penalización —ruge— Para ambos.

—¿Qué? —grita Taeyong— No le he tocado ni un pelo.

—Por tu boca —gruño—. En mi pista no se usa ningún tipo de insulto. —Señalo hacia la jaula—Ve.

Pero Taeyong no se mueve.

—No puedes crear nuevas reglas. —Su sonrisa de desprecio es tan grande como los carteles publicitarios que cubren los tableros.

Todos los jugadores están atentos, así que no puedo hacerlo mal. —Señoritas, es una regla. Dos minutos en el banquillo por conducta antideportiva. Si hubieras mantenido la boca cerrada después de que te golpeara, tu equipo ahora mismo tendría la ofensiva. Lo hago por vuestro propio bien.

—Claro que sí.

A pesar de esa última réplica, mis dos alborotadores se dirigen finalmente hacia el área de castigo. Así que les lanzo mi última palabra y me aseguro de que lo oiga todo el mundo.

𝗔𝗹𝘄𝗮𝘆𝘀 𝗵𝗲. jaywon Donde viven las historias. Descúbrelo ahora