capítulo 35.

200 27 0
                                    

𝘑𝘢𝘺

Me acerco a los ventanales que ocupan la pared del salón del que podría ser mi futuro apartamento y contemplo la vista panorámica del paseo marítimo de Toronto.

Es, sin duda, la mejor vista de todas las viviendas que he visitado hoy, no obstante, el agua tranquila del lago Ontario me recuerda demasiado a Lake Placid.

A Won.

Pero ¿a quién quiero engañar? Todo me recuerda a Won.

Anoche no pude ni siquiera sentarme en el bar del hotel sin recordar el local de carretera cerca del campamento, donde compartimos nuestro primer beso.

Esta mañana he pasado por delante de una tienda de caramelos y he pensado en los Skittles morados que me compró. En el último piso que he visitado, me he pasado diez minutos mirando la cama de futón en el suelo recordando los dos colchones que colocamos juntos en la habitación.

No puedo escapar de Yang Jungwon, por mucho que lo intente.

—No encontrará una oferta mejor en este barrio —dice la agente inmobiliaria. Se acerca y se pone a mi lado para admirar la vista—. ¿Un alquiler tan bajo para un apartamento de dos dormitorios en Harbourfront? Es algo inaudito.

Me alejo de la ventana para estudiar la enorme sala con cocina abierta. El apartamento no está amueblado, de modo que trato de visualizar cómo quedaría. Un sofá de cuero y una enorme pantalla plana en el salón. Una mesa de comedor. Unos taburetes altos para la barra del desayuno.

Me imagino viviendo aquí, sin duda. Y debo admitir que es mucho menos probable que rompa mi regla de celibato autoimpuesta en este barrio.

En esta zona no hay tanta población homosexual en comparación con las otras áreas que he visitado. Uno de los apartamentos estaba al final de la calle donde había no uno, sino tres bares LGBTI.

No es que quiera negarme a ir o a probar la carne de Toronto. Es solo que la idea de estar con alguien que no sea Won me destroza.

—Y no estoy seguro de si esto es una ventaja o una desventaja para usted —continúa la agente inmobiliaria— pero los propietarios me dijeron que planean venderlo en un año o dos. Si ya vive aquí y quiere invertir en bienes inmuebles en la ciudad, estaría en una buena posición para comprarlo.

Frunzo el ceño. —¿Y si deciden vender antes y no me interesa comprar? ¿Tendré que recoger mis cosas y mudarme?

Ella sacude la cabeza. —Firmará un contrato de alquiler de un año. Tiene garantizado el lugar hasta que termine el contrato.

A la mierda.

—Me lo quedo —sentencio. Porque, la verdad, estoy cansado de buscar piso. Tan solo necesito un sitio donde dormir. No mucho más.

De todas formas, mi corazón no estará aquí, sino en Lake Placid. O tal vez en California. Bueno, irá donde sea que vaya Yang Jungwon.

Me siento como una mierda por haberlo dejado así, pero nunca se me han dado bien las despedidas. Lo que solo demuestra que soy tan inmaduro e imprudente ahora como hace cuatro años.

En aquel entonces también lo saqué de mi vida. Supongo que eso es lo mío.

Soy un imbécil consumado.

Ajena a mi fiesta privada de odio hacia mí mismo, la cara de la agente inmobiliaria se ilumina.

—Estupendo. Esta tarde prepararé el papeleo.

Cinco minutos después, salgo del vestíbulo acristalado a la acera y respiro el cálido aire de julio.

Hay una parada de tranvía a una manzana de distancia, así que me meto las manos en los bolsillos y me dirijo hacia allí. Solo quiero volver al hotel y pasar el resto del día sin hacer nada. Sin embargo, mientras subo al tranvía, decido que no.

𝗔𝗹𝘄𝗮𝘆𝘀 𝗵𝗲. jaywon Donde viven las historias. Descúbrelo ahora