capítulo 36

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𝘑𝘶𝘯𝘨𝘸𝘰𝘯

Estoy clavando la entrevista. No quiero parecer arrogante, pero es la verdad.

Mi posible jefe, Bill Braddock, tiene unos cuarenta años y es un buen tipo. Lo noto.

Acabamos de pasar cuarenta minutos discutiendo sobre los mejores métodos para entrenar a los delanteros a fin de que sean más responsables a la hora de defender.

Cuando Bill habla de estrategia, se le iluminan los ojos. Quiero este trabajo, de verdad.

—Lo siento —dice Bill—. Nos he vuelto a desviar del camino.

—No pasa nada —respondo—. Este es el tema central, ¿no? Enseñar a los niños a relajarse para que puedan defender la zona con eficacia.

Asiente con entusiasmo. —¿Cómo aprendiste a estar tan tranquilo? He visto tu cinta.

—Ah. —Me río entre dientes—. Soy el más joven de seis hermanos. Nací en el caos. Es todo lo que conozco.

Consigo que Braddock se ría. De hecho, se da una palmada en la rodilla.

—Eres genial. ¿Alguna vez fue un rollo?

—Claro. Cuando tienes seis hijos, siempre pierdes a uno. Y, cuando eres el más joven, sueles ser tú. Recuerdo estar en el pasillo de los cereales del supermercado, tratando de decidir entre los Cheerios y los Chex. Levanté la vista y todos se habían ido. Una vez me dejaron en un área de descanso en las afueras del lago Tahoe. Al menos, solo se habían alejado veinticinco kilómetros antes de darse cuenta de que no estaba en el coche.

Bill se pone rojo de la risa. —¿Qué edad tenías?

—¿Siete? ¿Ocho? No lo sé, pero sabía que no debía entrar en pánico.

—Increíble. —Se ríe, luego extiende una mano sobre el escritorio—. Ven a trabajar para mí, Won. Creo que nos llevaremos bien.

Me inclino para darle un apretón de manos.— Me encantaría.

—Es una decisión importante, puedes tomarte el fin de semana...

Niego con la cabeza. —Quiero ser entrenador. No necesito el fin de semana.

Se sienta. Su expresión me dice que lo he impresionado. —Bien, de acuerdo entonces. ¿Puedo ponerte en contacto con una agencia inmobiliaria? Encontrar alojamiento va a ser un poco complicado. Toronto es caro. Pagamos a nuestros entrenadores lo que podemos, pero nadie se hace rico...

—Sí, tendré que resolver ese asunto.

Por primera vez en una hora, pienso en Jay.

Puede que ahora mismo esté a pocos kilómetros de aquí, buscando piso también.
Tengo que hablar con él, ya lo he decidido. Pero entonces tendré que encontrar la manera de sacármelo de la cabeza.

No quiero pasarme la vida buscando su cara cuando camine por la calle.

Pasar página va a ser difícil.

Me levanto y le ofrezco la mano una vez más.
Bill la estrecha y sonríe todo el rato como si le hubiera tocado la lotería.

Al menos trabajaré para un buen hombre. Espero que eso también aporte cosas buenas a la organización.

—Hazme saber cómo puedo ayudarte a instalarte. —Bill se levanta de la silla—. Lo digo en serio. Envíame un correo si tienes alguna pregunta sobre los barrios o algo así.

—Lo haré.

Cinco minutos más tarde, estoy de nuevo en las calles de Toronto y me aflojo la corbata que me he puesto para la entrevista.

Hoy me he saltado el almuerzo, así que tomo asiento en una cafetería al aire libre a la orilla del lago y pido un sándwich y un café con hielo.

Toronto es agradable. También es una gran ciudad. De alguna manera, hoy tengo que encontrar a Jay. He intentado llamarlo esta mañana al bajar del avión, sin embargo, tenía el teléfono desconectado.

Al principio me he asustado, incluso he pensado que me había bloqueado de todas partes. Pero cuando he recibido un mensaje de la compañía telefónica que explicaba los cargos internacionales que van a cobrar por haber llamado desde Canadá, me he dado cuenta de que probablemente Jay se habrá cambiado a una compañía canadiense.

Tiene que ser eso, ¿no?

En cualquier caso, necesito otro plan para llegar a él rápidamente. Podría ir a la pista de hielo, si bien dudo que me dejen entrar sin más. E incluso, aunque eso ocurra, a Jay podría no gustarle...

Me suena el teléfono, lo que me sorprende, y por un segundo el corazón se me detiene. Pero, por supuesto, la persona que llama no es Jay. En el teléfono aparece el nombre de Haerin.

—Hola —contesto, y trato de poner un tono de voz relajado. No hemos hablado desde nuestra incómoda velada en Lake Placid, pero espero que eso que dijo de seguir siendo amigos fuera cierto —. No vas a adivinar dónde estoy ahora mismo.

Se ríe, y el sonido es reconfortante.—No estás en Detroit, ¿verdad?

—No, en Toronto. Voy a aceptar un trabajo de entrenador.

—¿De verdad? Eso es genial, Won. Estoy muy orgullosa de ti. Me alegro de que hayas seguido tu instinto.

Mi corazón se hincha un poco. A todo el mundo le gusta oír que lo ha hecho bien.

—Gracias. Tendré que adaptarme. El dinero canadiense es raro.

Haerin suelta una risita.—¿Por qué Toronto? ¿Vas a hablarme de tu mujer misteriosa?

—Eh... —Uy—. No estoy seguro de que eso vaya a funcionar, y no me hace demasiada ilusión que sea así.

—Oh, cariño. —Hay empatía en su voz—. Lo siento. ¿Por qué no?

La camarera me sirve la comida y me tomo un momento para agradecérselo.—Pues... —Miro por encima del hombro. Estoy solo y en el exterior, que es el principal motivo por el que he contestado el teléfono—. Lo que te voy a contar va a sorprenderte. —Tengo que contárselo a alguien. Y Haerin me guardará el secreto. Es una buena amiga.

—¡Cuenta!

—¿Mi mujer misteriosa? No existe. Estaba liado con un tío.

Se produce un silencio durante un momento. —¿En serio? —Suena incrédula.

—De verdad. Al parecer soy... —Nunca lo he dicho en voz alta —. Bisexual. —Ya está, tampoco ha sido tan difícil.

—Estoy… Vaya —comenta ella—. Eso sí que no lo he visto venir.

—Yo tampoco. —Me río—. Ha sido un verano muy interesante.

—¿Quién es él? Espera, ¡tu amigo del hotel! ¡Y de la pista de hielo en Lake Placid! Park no sé qué.

Caray. Había olvidado que las mujeres son extrañamente intuitivas.

—Haerin, no puedes decírselo a nadie. A mí no me importa demasiado, pero a él podría hacerle mucho daño.

Suspira con fuerza. —No se lo diré a nadie. Pero... ¿te ha dejado? Lo voy a matar.

Consigue que sonría. —Eres la mejor. ¿Te lo he dicho alguna vez?

—Eh... —Suspira—. Tengo mis momentos. Oye, ahora ya puedo parar de intentar averiguar de qué chica te habías enamorado. He pasado mucho tiempo preguntándome qué tenía ella que yo no. Ahora al menos sé la respuesta: pene.

Me echo a reír.—Joder, Haerin. Me alegro de que hayamos hablado.

—Lo mismo digo.

Cuando colgamos, todavía sonrío. Me como el almuerzo sin dejar de pensar en todas las locuras que he hecho estas seis semanas.
Y un recuerdo en particular resuelve el problema de encontrar a Jay.

Le hago señas a la camarera y saco el móvil.

Tengo que descargarme una aplicación.

𝗔𝗹𝘄𝗮𝘆𝘀 𝗵𝗲. jaywon Donde viven las historias. Descúbrelo ahora