capítulo 09.

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𝘑𝘢𝘺

Una vez fuera, Won se dirige hacia el lago Mirror y yo lo sigo.

¿Cuántas veces he recorrido esta ruta con él? Unas cien, por lo menos.

—¿Recuerdas aquel verano en el que dijimos que haríamos ocho kilómetros al día, pasara lo que pasara? —pregunto. Nos ha puesto un ritmo fácil mientras nos alejamos del dormitorio.

—Claro que sí.

—Luego hizo aquel día tan caluroso en el que tuvimos dos entrenamientos y la sesión de levantamiento de pesas. Pero dijiste: «Todavía tenemos que ir a correr, o el verano no contará» — Resoplo solo de pensarlo.

—Nadie te dijo que te comieras ese cono de helado primero.

—Me moría de hambre. Por supuesto, no he podido pedir pistacho desde entonces. —Jungwon se ríe mientras giramos hacia el lago.

—Había vómito verde claro por todo el césped.

—Los buenos tiempos. —Pero lo fueron. Vomitaría en la hierba todos los días si eso me permitiera volver a esa época fácil.

Perseguir el cuerpo grande y rubio de Jungwon alrededor del lago era todo lo que quería de la vida. Vale, eso es mentira. Preferiría tirarlo al suelo y quitarle la ropa. Verlo de nuevo me está matando.

Sin embargo, tengo algo que decir y ha de ser pronto. Corremos el siguiente kilómetro en silencio al tiempo que lo vuelvo a ensayar. Mi gran disculpa. Si Won se horroriza, me dolerá.

Hay gente haciendo kayak en el lago. Sus embarcaciones se inclinan cada vez que reman. Me siento tan firme como ellos.

—¿De qué querías hablar? —pregunta Won. Ya no se puede eludir.

—Solo me quedaré aquí durante el mes de julio.

Es mejor quitarse los preliminares de encima.

—Yo también. Necesito estar en Detroit antes del día 1 de agosto. Te vas a Toronto ¿verdad? ¿Estás preparado?

—Claro. Pero escucha... Solo quiero decirte que, si no quieres alojarte conmigo este verano, le pediré a Pat que me cambie de habitación. Ni siquiera me ofenderé.

Won deja de correr y yo me paro en seco para no chocar con su espalda.

—¿Por qué? —pregunta. Allá va. Todo sale de golpe.

—Yang, soy gay. Y sí... quizá eso no sea tan importante en el gran esquema de las cosas. Sin embargo, la última vez que nos vimos aquí, te empujé para que te enrollaras conmigo. No estuvo bien, y me he sentido fatal por ello los últimos cuatro años.

Durante un largo momento, me mira boquiabierto. Y, cuando finalmente habla, no dice lo que esperaba.

—¿Y?

¿Y?

—Y... lo siento. —Se sonroja.

—Sabes que soy del norte de California, ¿verdad? ¿Entiendes que conozco a un gay o diez?

—Eh, ¿vale?— La boca de Jungwon se abre y luego se cierra. Y se abre de nuevo.

—¿Por eso no me has llamado durante cuatro años? ¿Por eso has ignorado mis mensajes?

—Bueno...sí. —Estoy muy confundido. Acabo de declararme culpable de una agresión en primer grado y prácticamente de abuso sexual. Y él se preocupa por unos mensajes.

Enrojece más y echa a correr de nuevo. Me siento tan anonadado que tardo un segundo en perseguirlo.

Ahora corre más rápido. Da largas zancadas y mueve los brazos con fuerza. La camiseta deportiva se le ciñe a cada músculo cuando se mueve. Tengo envidia de ese pedazo de poliéster.

La ruta alrededor del lago Mirror es de algo menos de cinco kilómetros. No sé qué tiene en la cabeza mientras recorre el resto. Yo voy unos pasos por detrás, confundido y desanimado.

En nuestro camino de vuelta por la ciudad, pasamos por todos nuestros viejos lugares: la tienda de caramelos, la juguetería que vende pistolas de goma y una panadería llamada Miracle on Icing.

No veo la cara de Jungwon hasta que se detiene frente a la rampa para trineos, que permanece cerrada de nuevo por el verano.

Me gustaría volver a esa sencilla época en la que mi mayor problema era trepar por el eslabón de una cadena.

Cuando vuelve su rostro sudoroso, todavía se percibe la rabia en él.

—No me has hablado en cuatro años porque pensabas que perdería los papeles por chupármela.

—Eh... sí.

El resentimiento en su voz me indica que he metido la pata de alguna otra manera que no había entrado en mis cálculos. Cierra ambas manos.

—¿Es así como me ves? ¿Cómo un imbécil estirado?

En un banco cercano, veo que una joven madre agarra a su hijo pequeño y se aleja de nosotros con el ceño fruncido. Pero Won está en racha.

—Solo fue algo de sexo, por favor. No murió nadie.

Tal vez me trague mis palabras. —Yo... fue deshonesto.

—Ah. Gracias por haberme castigado por tu deshonestidad. Una sentencia de cuatro años. Fui a una universidad extraña, donde no conocía a nadie, sin dejar de preguntarme en qué habría sido un amigo de mierda.

Bueno, joder.

—Lo siento —murmuro. Suena inadecuado para los dos.

Won da una patada a una papelera. —Necesito una ducha.

Mi polla traicionera se ofrece a acompañarlo, pero mantengo el pico cerrado mientras recorremos la última manzana y subimos las escaleras. Esto no había salido según lo previsto. En el peor de los casos, Won se horrorizaba ante mi homosexualidad y me acusaba de haberle manipulado para que tonteara con él.

He pasado cuatro años avergonzado por aquello y resulta que debería haberme arrepentido por algo totalmente distinto.

A Won no le importaba que se la hubiera chupado, sino que lo hubiera abandonado. Y saber que había herido a mi mejor amigo mucho más hondo de lo que me había dado cuenta, me tortura.

En la parte superior de los escalones, dudo antes de llamarlo tras su espalda rígida.

—Eh, ¿Yang?

—¿Qué? —murmura sin darse la vuelta—¿Me busco otro sitio para dormir esta noche?

Suspira. —No, imbécil.

𝗔𝗹𝘄𝗮𝘆𝘀 𝗵𝗲. jaywon Donde viven las historias. Descúbrelo ahora