Capítulo 27

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25 de diciembre por la mañana. Mis cosas ya estaban todas dentro de la maleta, incluido el vestido que llevaría para el concierto. Mi hermana estaba aún en el baño, mientras yo ya estaba en el sofá esperándola para poder ir al aeropuerto. Cuando por fin salió, cogí una pieza de fruta y nos dirigimos al coche. Mi madre se acercó a despedirse y luego pudimos partir hacia nuestro destino. Allí me esperaban Nash y Matt, ambos iban en el mismo vuelo que yo, así no me sentiría sola.

Mi móvil sonó en el bolsillo de mi sudadera, la cual me había regalado Nash la noche anterior. Lo saqué y vi un mensaje de Shawn. Hacía tiempo que no lo veía y no me había dado cuenta de lo mucho que lo echaba de menos.

De: Shawnie!
No sabes las ganas que tengo de verte.

Escondí una sonrisa mientras me dirigía con Nash y Matt a la puerta de embarque. Ambos no dejaban de hacer bromas con la gente que allí estaba. Había alguna que otra fan que se quedaba boquiabierta al verlos y corría hacia ellos para no perder la oportunidad de sacarse una foto con su ídolo. A veces me llegaba a preguntar cómo una fan es capaz de averiguar los horarios de los vuelos de su ídolo para ir a verlo. Es algo que da realmente miedo.

Después de esperar lo que pareció una eternidad, entramos al avión y cogimos nuestros sitios. A Nash le tocó en la ventana, sitio que me cambió muy gentilmente, quedando él en el medio, al lado de Matt.

- ¡Nos vemos en Nueva York, perdedores! - gritó Matt; antes de echarse a dormir sobre el hombro de Nash.

Yo cogí mis cascos y dejé que la música me invadiera. Fijé la mirada en la ventana, observando cómo el mundo se volvía cada vez más pequeño bajo nosotros, hasta convertirse en un largo mar de nubes. Nash no tardó mucho hasta que se durmió también, apoyándose sobre la cabeza del rubio. No pude evitar sonreír ante tal estampa. Parecían una pareja de enamorados que no pueden separarse ni un segundo. Les saqué una foto y la subí a twitter poniendo: #MashEnAcción. A propósito, ya no había problema de que Shawn viera las fotos, lo había bloqueado.

- Les recomendamos que se pongan en sus asientos y se abrochen el cinturón, estamos a punto de aterrizar - decía una de las azafatas.

Matt y Nash se despertaron en ese momento, haciendo caso de las instrucciones. No tardamos mucho en poder salir del avión y recoger nuestras maletas, pero nuestro camino no fue de rosas exactamente. Después de haber hecho todo, justo en la salida nos encontramos con un grupo de fans. Todas empezaron a saltar y gritar de la emoción. En serio, me llegaba a dar miedo lo mucho que se metían en sus vidas como para llegar a saber a qué aeropuerto van, cuándo y cómo.

Ese día me convertí en la fotógrafa oficial de los chicos. Todas las chicas se habían puesto en una fila para poder sacarse una foto con ellos. Me dejaban sus móviles y yo era la encargada de hacer las fotos, y así lo hice como sesenta veces. Algunas lloraban, otras parecían que los iban a matar y otras simplemente se creían modelos profesionales.

- Aquella chica intentó besarme - comentó Nash, una vez que nos habíamos alejado de ellas -. No me habría quejado.

- ¡Oh, por Dios! ¡Cállate! ¡Tenía once años! - le respondí asqueada. Al fin y al cabo, los chicos son y siempre serán así.

Vi al chico de ojos azules encogerse de hombros y continuar caminando. Matt se rió por lo bajo y negó con la cabeza, siguiéndole. ¿En qué me había metido? Ahora tenía que compartir habitación con unos chicos con las hormonas revolucionadas.

Matt fue el encargado de conducir el coche, puesto que él era el que más conocía Nueva York y el sitio al que íbamos. Le dejó las llaves del coche al aparcacoches del hotel y nuestras maletas al encargado de llevarlas a nuestra habitación. En recepción recogimos nuestras llaves y nos fuimos a la séptima planta. Nada más abrir la puerta de nuestra habitación, Nash entró corriendo queriendo echarse sobre una de las camas, pero fallando y acabando besando el suelo. Se había tropezado con las maletas. Matt y yo pasamos por encima de él, eligiendo nuestros cuartos, haciendo que él se quedara con el sofá.

«El Karma es una perra, amigo - dije mentalmente.»

Mis propios párpados comenzaron a cerrarse y lentamente el cansancio y el agotamiento me invadieron. Finalmente, sucumbí a la tentación y dejé que mi mente viajara libre hacia la oscuridad.

* * *

Me desperté por el ruido en la puerta. Alguien la aporreaba desde fuera, interrumpiéndome mientras dormía. Me levanté lentamente, intentando no marearme, de mala gana. La persona que estaba fuera no dejaba de pegar a la puerta y reírse.

- ¡Ya va! - grité detrás de la puerta.

Abrí finalmente la puerta para ver dos cuerpos parados justo en frente. A estos dos los reconocía perfectamente. Eran Taylor y Cameron, con rostros sonrientes, los cuales cambiaron nada más verme a mí. Seguro tenía las pintas de la típica mala de Disney.

- Ruth, parece que no has dormido en años - comentó Taylor, viéndome de arriba abajo.

- Yo también me alegro de verte, amor - saludé sarcásticamente.

Él sonrió y me abrazó como si no hubiera un mañana. Yo me reí ante su gesto repentino y le devolví el abrazo. No pasó mucho tiempo hasta que Cameron se unió junto con Matt y Nash. Me sentía el contenido de un burrito con tanto brazo a mí alrededor.

- ¡Tengan piedad de la claustrofóbica, por favor! - grité, intentando salir de todas aquellas personas.

Cuando me escucharon, todos retrocedieron, con sonrisas en sus rostros. Los miré, los chicos no dejaban de verse entre sí. Parecía que querían decir algo, pero las palabras no les salían. Me apoyé en la pared, esperando a que alguno dijese algo. Incluso, me dio tiempo a cerrar la puerta y rodearlos por completo. Me paré detrás de Taylor, decidida a hacer algo para mejorar el ambiente. Puse mis manos en sus mejillas y le moví la cara mientras yo hablaba:

- ¡Cuánto tiempo! ¡Os he echado de menos! - intenté poner mi mejor voz de hombre, a lo que todos rieron.

Después de eso, el piso se envolvió en risas y en abrazos. Era el momento que todos estaban esperando. Tenían muchas cosas que contarse los unos a los otros, poca cosa que yo no supiera ya, así que simplemente les ofrecí sentarse en el sofá -tenía ganas de sentarme-, y continuaron contándose cosas en el salón de aquel reducido apartamento.

Más tarde, otra persona tocó la puerta y cómo no, tuve que ir yo a abrir. Allí estaba Aaron, otro chico más. Lo invité a pasar y pensé que el salón iba a estallar con los gritos. El grupo comenzaba a recomponerse poco a poco. Si el final era como el comienzo podía estar feliz. Una relación de amistad no debería acabarse por la dejadez, porque al fin y al cabo, quién siempre está ahí, son los amigos no las parejas pasajeras.

Claridad - SMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora