Capítulo 3

845 50 8
                                    

        Colgué el móvil y miré a Abbey. Quizá tenía escrito en la cara que no entendía nada por qué nada más girarme ella preguntó: ¿Qué pasó?

        – No-no lo sé —. Fruncí el ceño y miré al suelo —. Me tengo que ir, vuelvo en un rato —. No le di tiempo a contestar y me largué de donde estábamos en dirección a la puerta principal. Iba chocando con la gente que me encontraba por el camino. Era estúpida, cualquier otra chica habría colgado y habría seguido con su vida sin importarle quién demonios era la persona que le había llamado y por qué lo habría hecho; pero yo no, yo tenía que ser tan jodidamente curiosa como para ir a buscarlo. Cuando llegué a la entrada busqué con la mirada a alguien que fuera lo bastante sospechoso como para que fuera quien me hubiera llamado, pero solo veía a gente del instituto corriendo hacia donde yo me encontraba, queriendo llegar temprano a las clases. A donde debería estar yendo yo. Bajé las escaleras y fui al árbol que había dicho él. Por el lado que yo estaba, había un chico con unos cascos y su mirada puesta en una figura que había a lo lejos, intentando plasmarla en una lámina. Iba a agacharme para preguntarle qué quería cuando me cogieron por el bolso y tiraron de mí hacia atrás.

        – ¡Por favor, suéltame! ¡Te daré todo lo que tenga, pero déjame ir! — dije yo con los ojos cerrados intentando que no me temblara demasiado la voz. Oí una risa detrás de mí y noté que soltaron mi bolso. Me giré para ver quién era la persona que tenía detrás y vi a un chico con la capucha de su sudadera echada hacia delante y unas gafas de sol puestas.

        – Hola —.  Dijo éste, aventando su mano descuidadamente.

        – Em, hola…— miré a ambos lados de nosotros y lo volví a mirar a él —. ¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¿Por qué tienes mi número?

        – Demasiadas preguntas —. Comentó en tono gracioso —. Veo que mucha memoria tienes.

        – Pues no, la verdad. No recuerdo tener muchos amigos aquí y menos uno que parezca que tenga miedo de que lo vean —. Y en ese momento recordé. ¿A quién, además de a Abbey, le había dado mi número siendo perseguido? Le quité las gafas y me acerqué un poco más, queriendo ver debajo de la capucha —. ¿Shawn?

        – Hombre, por fin te acuerdas —. Se rió y pude ver su sonrisa bajo la oscuridad que le aportaba tener puesto aquello en la cabeza.

        – ¡Tú! — lo señalé acusatoriamente —. ¡Tú me quitaste las llaves!

        – ¡Baja el volumen! — espetó él recolocándose la capucha —. Y no, yo no te las quité. No tengo culpa de que las dejes caer por cualquier lado.

Claridad - SMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora