Capítulo 26

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        Ya era martes, Noche Buena. Desde la habitación de invitados se podía oler la deliciosa comida que preparaban entre mis tías y mi madre. Elizabeth continuaba durmiendo a mi lado, en la cama. Me quité las sábanas de encima, y procurando no hacer mucho ruido, bajé de la cama y salí de la habitación.

        Me senté en una de las sillas que rodeaban la isla en la cocina, y en menos de cinco minutos, tenía un delicioso desayuno delante de mí. Mi tía Daisy me pasó la Nutella y Megan me ofreció un batido de chocolate –ya preparado–, aunque yo preferí un zumo de manzana y kiwi. 

        – ¡Ay, mi pequeña Ruth, cuánto te había echado de menos! — vociferó Megan; dándome una palmada en la espalda, haciéndome atragantarme con el zumo.

        – Yo a ti no —bromeé.

        – Ya te gustaría a ti no echarme de menos — contestó ella.

        – También es verdad.

        Ella se rió y siguió preparando la comida.

        Cuando me terminé la comida, recogí las cosas y limpié lo que había utilizado. Me acerqué a la habitación de mi tía Megan y fui a ver a Thomas. En sus manos tenía agarrado un ornitorrinco de peluche –mi familia siempre ha sido rara para comprar peluches. Le di un beso en la mejilla y salí de la habitación.

        Decidí ir a darme una ducha. Cogí la ropa sin hacer mucho ruido –por mi hermana–, y me fui al baño. Tardé una media hora en salir de debajo del agua. Me puse unos vaqueros, una camiseta de manga corta y una sudadera. El tiempo no era extremadamente caliente, pero tampoco era el clima de Canadá. No me molesté en secarme demasiado el pelo, así que me puse laca y lo despeiné para que los tirabuzones se hicieran cómo quisieran.

        Volví a bajar al salón para ver que mi hermana ya se había despertado y estaba sentada en el sillón viendo la televisión, así que opté por acompañarla. Me tiré –literalmente– quedando acostada, con las piernas sobre mi hermana.

        Las horas pasaron volando mientras veíamos la televisión. Thomas se despertó y nos pusimos a jugar con él, hasta que se hizo la hora de almorzar. Mi hermana se hizo cargo de darle de comer para acabar bañada en potaje de col.

        – Muy bien hecho, Tommy — dije desde detrás de Elizabeth. Él se puso a aplaudir y a reír, era tan bonito.

        Mi hermana se giró dedicándome una mirada de oído y subió a cambiarse. Mi tía Daisy acabó de darle de comer al bebé y luego mi otra tía lo cambió y lo subió al carro, y lo meció hasta que se durmió. A las cuatro llegó el novio de mi tía Daisy con su hijo –uno que tuvo con su anterior pareja– y media hora más tarde llegó el prometido de mi otra tía. Mi primastro tenía dieciocho años y era algo más alto que yo. Tenía el pelo rubio y los ojos verdes –muy claros–, no era moreno pero tampoco era blanco como la leche. Él era una copia de su padre, más joven y bonita. Su acento era del sur mezclado con el mejicano. Su padre era de Los Ángeles, al igual que nosotras, pero se mudó allí cuando conoció a la mujer de su vida hasta que se separaron cinco años después de que Christian naciera, y volvió a Los Ángeles.

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