Capítulo 4

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            – ¡Papá! — le grité intentando que me hiciera caso. Estábamos tirados en el suelo, uno enfrente del otro. Quería que se despertara, que me mirara; quería que me dijera que todo iba a ir bien, como siempre hacía cuando me sentía mal y no podía dejar de llorar. Sentí que me cogían por detrás haciéndome levantarme del suelo. Mis rodillas estaban completamente ensangrentadas al igual que mis manos. Intenté oponer resistencia al agarre pero la persona que me sostenía era lo bastante fuerte como para aguantar a una chica de dieciséis años.

        – Cariño —. Escuché la voz de mi padre venir de lejos. Ya no estaba en el salón de mi antigua casa. Estaba en algún lugar oscuro mirando a la nada —. Cariño, no tengas miedo —. Volvió a decir la voz, esta vez más cerca de mí. Busqué desesperadamente entre la oscuridad el cuerpo del cual provenía la voz. Cerré una y otra vez mis ojos en un intento fallido de ver algo, puesto que no había ni un mísero rayo de luz.

        – Rápido —. Gritó esta vez; y lo pude ver: mi padre estaba enfrente de mí con los ojos ampliamente abiertos, parecía estar asustado. Puso sus manos en mis hombros y me sacudió fuertemente haciéndome que me doliera la cabeza —. Corre. Sal de aquí, huye —. No entendía nada. Escrutaba la cara de mi padre para ver si encontraba la respuesta a lo que estaba sucediendo, pero sólo encontraba miedo, pánico. Su peculiar sonrisa no estaba en ningún rincón de su rostro, su alegría se había desvanecido.

        Al cabo de un rato, seguía sin moverme con los ojos pegados a los de mi padre, éste bajó la mirada dejando caer una lágrima negra. Cuando volvió a alzarlos, sus ojos se habían convertido en dos luceros negros. La piel de sus párpados estaba completamente oscura y su cara había pasado a ser pálida; tenía una sonrisa cínica plasmada.

        – Niñata insensata —. Murmuró el pálido hombre entre risas. Su voz hacía que se me pusieran los pelos de punta. Intenté correr, gritar; pero estaba completamente paralizada. De pronto, una figura más se materializó al lado del primero. Sus ojos, sus labios, su pelo, inconfundible. Jack estaba inclinado hacia mí, ambos robando mi espacio personal. Estaba comenzando a tener un ataque de pánico.

        – Es tu hora — Vi los labios de Jack moverse, pero sin embargo la voz no era la suya. Moví los ojos del uno al otro. Cada vez estaban más cerca, incluso pensando que no podrían estarlo más. Algo afilado se acercaba a mí rápidamente, sujetado en las manos por Jack, a quien estaba moviendo el primer hombre.

        – ¿Tus últimas palabras? — Dijo éste y se rió, dejando que el eco siguiera inundando el lugar. El objeto afilado cerca de mi corazón. Se oyó un sonido de algo rompiéndose y un ardor afloró en mi pecho.

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