Capítulo 1

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        Suena el despertador. Son las siete de la mañana. Perezosamente, Ruth abre los ojos y mira cada rincón de su habitación. Su casa, como siempre, está sumida en un silencio agotador. Parpadea un par de veces para hacer sus ojos a la poca luz que entraba por la ventana, a la vez que va retirando sus sábanas para así poder ir a la ducha.

        El agua comienza a caer, la siente fría correr por su mano mientras espera que se caliente. Se echa un poco de ésta en la cara para así despertarse más. Tan pronto como el frío la toca, sus ojos se abren de par en par, deseando conocer un mundo nuevo. Una vez duchada, envolvió su cuerpo en una toalla mientras salía hacia la habitación. Era su primer día en el instituto de Bellas Artes de Toronto. Iba a décimo grado, y por supuesto, no iba a conocer a nadie; pero nada le importaba puesto que su mayor sueño era estudiar lo que más le gustaba en su país favorito: Canadá.

        Era principios de septiembre y hacía buen tiempo fuera. Ruth se hizo una trenza y cogiendo un jersey y su bolso, se encaminó hacia la puerta de salida. Apenas iba maquillada, tan sólo llevaba algo de corrector de ojeras y un ligero toque de rimmel, no le gustaba llevar una máscara. Iba vestida con una camisa básica, unos vaqueros y sus botas favoritas. Cuando salió a la calle el aire fresco chocó contra sus mejillas, aliviando el calor que había sentido en su casa. Ese era un inconveniente de la casa que había alquilado para vivir junto a su hermana mayor y su madre, era muy calurosa – por lo que había vivido en verano, puesto que se había mudado allí hacía tan sólo un mes y medio.

        Se recolocó el jersey e hizo su camino hasta el coche. Ruth había aprovechado sus dieciséis años para sacarse el carnet nada más llegar. Respecto al coche, fue un regalo que su padre le hizo por el cumpleaños.

        Su cumpleaños.

        A Ruth le ponía los pelos de punta tan sólo pensar en ese día. Aquella mañana ella no se había despertado muy bien, tenía un nudo en el estómago enorme que no la dejaba tragar. Sentía su cuerpo desvaído, sin alma. Se levantó de la cama a duras penas e hizo su camino hacia el salón donde sus padres la esperaban. Hizo todo lo posible para reprimir sus nauseas y guardar todo síntoma de que no se encontraba bien, ver a sus padres felices al ver a su niña crecer era lo más importante para ella. El día transcurrió medianamente normal. Como siempre, toda la familia de aquí, de allá, se acercaba para dar sus regalos. Era una cosa que a ella le hacía gracia. No podía entender por qué lo hacían. Para ella su familia eran tan sólo sus figuras más cercanas: su padre, su madre, su hermana Elizabeth y sus dos tías: Daisy y Megan; el resto eran personas prácticamente desconocidas, personas que tan sólo veía los días señalados, como los cumpleaños o las muertes de los parientes más cercanos.

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