Submarino

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Me confesó que había estado pensando mucho en mí cuando se tocaba. Le ganaban las ganas de sentirme dentro, sin embargo, algo la había detenido hasta hoy. Sucedió cuando abrí la puerta de la oficina y la sorprendí masturbándose mientras olía mi saco que había olvidado en mi lugar. No se dio cuenta que entré y que la observaba...

Sin hacer ruido me acerqué gateando, llegué a sus pies, donde ella, sin siquiera saber, me tenía desde hace mucho, empecé a besarlos y lamerlos, volteé a verla y asintió, entonces hice lo mismo con sus chamorros y muslos hasta llegar entre sus piernas, lamer sus dedos y ahogarme en su humedad. No importaba que su tanga azul fuese esa barrera entre mi lengua y su vulva, me tenía encantado probarla y claro estaba que era cuestión de tiempo para romper la tela y hundir mi lengua en su cavidad. Mis manos se desplazaban por su cuerpo, apretaba sus caderas, sus enormes nalgas, subía por su abdomen y se detenían en el pecho, tocando suave ambos pezones con las palmas de mis manos, sintiendo como poco a poco se ponían duros.

Hundido en aquel mar, le sugerí darse la vuelta y parar sus nalgas, no se negó y obedeció. Le di nalgadas hasta que mi mano se marcó, por cada quejido la fuerza aumentaba, en un inicio se resistió, pero después de unas cuantas con el área ya enrojecida, los sonidos empezaron a salir frecuentemente de su linda boca. Se debe saber tratar una linda cola, por lo que al acabar de nalguear, procedí a lamer y besar por toda el área roja. Se podía sentir aún el calor que mi mano había generado en cada nalga... En ese momento el único lenguaje que hablábamos era el de los ojos y la respuesta a cada mensaje era mi dureza y su humedad.

Lentamente sus piernas se fueron abriendo, la tanga la hice a un lado y fui acercando mi verga a su vulva. Ella me pedía que entrara, necesitaba sentirme y sin más la dejé ir fuerte, como submarino atravesando con gran facilidad las corrientes de agua debajo del mar. Sus suspiros y gemidos eran el combustible para seguir navegando en aquel océano que habíamos creado. Su mirada por encima del hombro me encantaba, reflejaba deseo y goce. Se mordía los labios después de cada gemido y suspiro, lo único que mi mente procesaba era el momento en que las corrientes del inmenso mar que habíamos formado me llevasen a una nueva aventura dentro de su boca.

Relatos que escribí en el tren a casaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora