Lectora

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La vi por primera vez mientras leía su periódico y apenas alcanzaba a ver sus lindos ojos. En la mesa la acompañaban su taza de café y dos molletes, uno de dulce y otro de fríjoles con queso y salsa verde. Yo, al otro lado de la mesa, leía mi libro, o eso creía, porque a través de sus ojos sumergidos en cada letra de la columna que leía, quería nadar mientras pudiera. Deseaba ser cada palabra que consumía su atención. No había ruido que la despegara de aquel diario matinal. Su café, probablemente americano, seguramente seguía caliente y sus molletes, o uno de ellos, ya se notaba húmedo, y fue entonces cuando sonó esa canción, esa canción que sin más, con el primer rasgueo a la guitarra, la trajo de vuelta, doblando su periódico, acercando sus lindas manos a la taza de café y levantándolo para acercarlo a sus lindos labios. Fue ahí donde nuestros ojos se conocieron. Sin más, levantó su taza e hizo una especie de brindis a la distancia, bebió un poco, mordió su mollete de frijoles, masticó suavemente y se aventó otro clavado al diario, olvidando retirar las migajas de pan de la comisura de sus pequeños y lindos labios. La vi por primera vez y quise que así fuese por el resto de los días.

Relatos que escribí en el tren a casaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora