Nicandra era una mujer madura muy sensual.
Le encantaba que en la cama la llamara Nica. Pasábamos horas practicando lenguas. Era mi maestra de instituto. Un día me pidió que me quedara al final de la clase. Fue ahí donde todo empezó.En clase era la maestra dulce, pero la desconocí cuando solo con su mirada supe qué hacer. Me levanté de mi banco, cerré la puerta y al darme la vuelta, su gran trasero y muslos desnudos ya descansaban sobre el escritorio, exigiendo, otra vez con su mirada, que me perdiera entre sus piernas. No fue difícil. Obedecí sin decir palabra alguna. Me jugaba mi estancia en el instituto al que tanto había deseado entrar y que además me salía un ojo de la cara. A ella no le importaba. En ningún momento mostró preocupación y / o nerviosismo de que alguien abriera la puerta y vieran a un estudiante lamiendo la vulva de su maestra. La fantasía que muchos tienen desde la adolescencia la estaba viviendo con la maestra más sensual y hermosa que había tenido en toda mi vida. Sus muslos desnudos sobre el escritorio los sigo recordando hasta el día de hoy. Se me sigue poniendo muy dura.
Entre la humedad de mi lengua y lo mojada que se estaba poniendo su vulva, su encaje color morado se empezaba a oscurecer. En mi mente solo deseaba que su mirada y / o dulces, pero sucias palabras, articuladas desde esa boca y labios que deseaba probar, me autorizaran retirar lo único que me separaba de esos labios y estrecho sexo que vi al darme la vuelta, caminar e hincarme para probar. No sucedió. Cerró sus piernas sin avisar, me quedé moviendo mi lengua de arriba a abajo, sentí como giró y esa fue la señal para retirar mi lengua y cabeza de entre sus sus hermosas y grandes piernas. No me hubiera importado vivir pegado a su adorable y caliente concha. “Te hace falta ejercitar mejor esa lengua. Te espero mañana después de clase en el salón de enfrente” dijo al retirar su grande trasero del escritorio, bajar su falda y caminar a la puerta sin siquiera voltear a verme.
Llegando a casa me fui directo al cuarto, bajé mis pantalones, el bóxer y eyaculé. No tuve que esforzarme. Todo el camino a casa mi pene se mantuvo erecto, listo para acabar. Esto se repitió toda la semana. Mi pene joven me lo permitía. Tenía mucha energía y mucha leche. Al finalizar cada horario escolar, iba a donde me había indicado el día anterior, entraba, cerraba la puerta la veía y su mirada me indicaba, nada de palabras, ni siquiera al final como aquella primera vez, y yo hacía lo que tenía que hacer. “Tienes que ejercitar mejor esa lengua” retumbaba en mi mente cada que terminaba de estar con Nicandra. Me limitaba a obedecer lo que su mirada me ordenaba. Me mataba la duda de saber si estaba siendo suficiente para ella. Para ser maestra, carecía de una evaluación para mi lengua. No sabía si mis movimientos habían mejorado, pero bueno, había entendido la dinámica… era ella quien estaba al mando y a mí no me molestaba en absoluto.
El fin de semana lo pasé deseando que esos días hubiera clases, pero lo único que obtuve fue un dolor de huevos que alivié masturbándome pensando en Nica, además de un sábado lleno de tareas y un domingo aburrido.
El lunes después de clase no fui requerido.
El martes no la vi en todo el día.
El miércoles escuché que se había ausentado.
El jueves llegó un sustituto y pensé que quizá alguien nos había visto y delatado.
El viernes fui llamado a coordinación. El miedo iba apretando mi mano como madre que cuida a su hijo o hija cuando van por la calle a cruzar una avenida sin puente peatonal… el miedo no me soltaba. Al abrir la puerta me encontré a Nica en el escritorio. El miedo se desvaneció y me dejó correr sin peligro alguno por la gran avenida. Junto con mis manos libres, mis piernas fueron poseídas por la búsqueda de placer, caminé hacia Nicandra, que con su mirada volvió a decirlo todo. La tomé de la nuca, la acerqué a mí y nos besamos. ¿Qué significaba ese beso? ¿Me había extrañado tanto como yo a ella?
Se había convertido en la coordinadora de lenguas en el instituto y vaya que era un puesto que le iba muy bien.
La semana que siguió la pasamos encerrados en su oficina después de la clase. Tuve que mentir en casa diciendo que me habían solicitado hacer unas prácticas. No me gustaba mentir, pero esta vez no me importaba. Esa semana tampoco habló y para ser una maestra que enseña lenguas seguro lo menos que le gustaba era quedarse en silencio, pero se le veía tan natural que parecía que ni siquiera sabía articular palabras.
Si hubiera hecho algo mal ya no me hubiera pedido que la siguiera viendo, entonces dejé de preocuparme por ello y a ganar confianza de que yo cada vez estaba más cerca de hablar y entender la misma lengua que ella. Empezábamos a fluir. Era un conversación de ida y vuelta entre mi lengua, su panty y su rica panocha, conversación en que la humedad en lugar de incomodar, hacía que el momento fuese ameno.
Fue mi segunda semana de mi lengua entre sus piernas y la malla que me separaba de su dulce vulva seguía ahí, oscureciendo como cuando estás en el mar viendo la puesta del sol y el agua pierde brillo y se convierte en abismo. Las ganas de verla desnuda aumentaban cada día que pasaba, pero yo no estaba en posición de pedírselo.
Sus manos sobre las mías era una clara señal de que por el momento pertenecían al escritorio y nada más, así que no me esforzaba por separarlas y empezar a acariciar su hermoso y caliente cuerpo, desde sus pies, subir por sus piernas, tocar y apretar sus muslos y trasero, engancharme de la cadera y cintura y ahogarme en sus senos pequeños. Salvo aquel viernes cuando nos reencontramos, era su nuca y labios lo único que mis manos habían palpado de Nica en aquellos primeros encuentros.
Seguí eyaculando al llegar a casa y el sábado y domingo sin ir a la escuela, seguían siendo una mierda y eternos.
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Relatos que escribí en el tren a casa
RandomSerie de relatos eróticos, reflexivos, casuales, aventura, amor, desamor, suspenso y demás que he escrito en los últimos 5 años...