Un lunes Nica se presentó en el salón y empezó a dar la clase, pues el maestro sustituto había sido sorprendido teniendo relaciones sexuales con una alumna. Aún recuerdo el momento en que la vi entrar. Sus piernas largas, pies hermosos cubiertos por mallas y posando sobre unos tacones negros que le iban muy bien, una falda negra, una blusa esmeralda que lucía sus hermosos senos pequeños y unos lentes para lectura, me dejaron babeando. Ahí estaba Pavlov, paseándose por el aula con carne y yo no le perdía la vista. Ese día nos fuimos a su departamento. Las cosas se dieron mientras yo iba al estacionamiento por mi moto. Ella estaba subiendo cosas a su coche, me acerqué a preguntar si ocupaba ayuda y respondió afirmativamente. Entramos y salimos de su oficina dos veces, le hacía falta sacar unas cosas y sus libros. Pensé que eran sus últimos días en esa escuela, pero no, solo eran unas cosas que ocupaba en su departamento. Nica siguió dando clases ahí durante mucho tiempo. Me gradué con ella siendo mi maestra todos los años, pero nuestros encuentros se acabaron a mediados de la carrera.
Terminamos de subir las cosas, yo me estaba despidiendo, ya me había dado la vuelta y fue ahí donde su dulce y sensual voz dijo “vivo en el 7mo piso de unos departamentos cerca de aquí, el elevador no está funcionando y me da pena pedírtelo, pero no quiero estar subiendo y bajando ¿me puedes acompañar y ayudar?” y quién era yo para negarme, así que accedí con gusto. Tenía una forma muy curiosa de hacer las cosas, pues mientras le ayudé nunca se insinuó, era alguien totalmente diferente a la Nica que lo dice todo con su mirada y claro está que yo tampoco intenté algo mientras entrabamos y salíamos con los libros y cajas, tenía muy claro que lo que hacíamos era cuando ella daba la indicación. Me subí a la moto y la seguí.
Al llegar a los departamentos y esperar a que ella se estacionara me di cuenta que los elevadores funcionaban, pero no dije nada. Después de pasar mucho tiempo con ella me confesó que se había inventado tal cosa.
Insistió en subir ella primero por si tropezaba yo la pudiera atrapar. No pude evitar ver sus muslos, nalgas y como su tanga amarilla se asomaba de vez en cuando. No he vuelto a estar con alguien con un trasero tan hermoso y rico como el de Nica.
Su departamento era muy bonito. Paredes color blanco, muebles de madera fina, comedor pequeño, alfombrado, cocina sencilla, pero completa, sillones cómodos, una televisión enorme y un librero bastante lleno. El aroma que se percibía al entrar las primeras veces era de limpieza, libros nuevos y viejos, madera y café, pero tiempo después, cuando parecía que vivía ahí, dejé de percibirlo. Me había acostumbrado al olor. Me encanta como funciona la memoria olfativa porque en este momento que escribo esto pienso en el olor y aparece.
Terminamos de subir las cosas alrededor de las 4 de la tarde, yo no había comido nada, solo a ella con mi mirada, pero eso no era suficiente para mis tripas que cada vez gritaban más. Ella tampoco tenía alimento alguno en su estómago desde la mañana. Me ofreció agua y sin preguntarme pidió comida a través de una app.
Mientras esperábamos sentados en la sala noté que se quejaba mucho de un pie y sin pensarlo me ofrecí a masajearlo, pero no fue fácil, se lo pensó unos minutos y después accedió. Su pie era suave, lindo, con unas uñas perfectamente recortadas, a secas se le notaba que le gustaba cuidarlos y eso me encantaba. Después de masajear durante 15 minutos su celular sonó. Era la notificación de la app de comida avisando que el repartidor ya había llegado, pero al ser un lugar privado se debe bajar por la comida y tuve que dejar su hermoso pie a un lado para bajar y subir con los alimentos, no sin antes masajear una última vez y escuchar sus quejidos y gemidos, gemidos que quedaron grabados en mi mente y acompañaron mi bajada y subida como música de elevador.
Al entrar no la vi, pero la mesa estaba puesta. Yo seguía sin saber qué había pedido. Dejé la comida sobre la mesa y me senté en el sillón que daba al pasillo donde se encontraba su habitación y baño. Del otro lado estaba la cocina. Su habitación tenía un balcón en el que nos la pasamos leyendo muchos días después de follar. Nos metíamos a la ducha, salíamos al balcón, me acostaba en un hamaca, una muy resistente, y al rato, después de su rutina post ducha, llegaba ella en ropa interior, la mayor de las veces en tanga, siempre colores pastel, se subía en mí, su hermoso trasero embonaba perfecto en mi pelvis. Leíamos en voz alta una hoja cada quien, después de un rato cerraba el libro, se volteaba y se quedaba dormida en mi pecho. Rato después, el viento, la brisa, dependiendo del clima, me adormecía y caía en un sueño profundo, abandonándome en el deseo que esas tardes no acabasen nunca. En aquel momento no lo aceptaba, pero ahora sé que lo casual se volvió amor de mi parte. Ella lo tenía claro y así me lo dejó saber, por ello siempre viví en negación, con miedo a decírselo y que todo lo vivido no pasase.
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Relatos que escribí en el tren a casa
RandomSerie de relatos eróticos, reflexivos, casuales, aventura, amor, desamor, suspenso y demás que he escrito en los últimos 5 años...