Prohibido - Parte 4

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Mientras andábamos hacia el puerto Juárez, se me acercó y me pidió que la tocara, ya fuese sus pechos o sus nalgas, pero que quería que la tocara sin importar que hubiese gente. Lo pensé porque no quería que a plena luz del día nos metieramos en problemas, pero la calentura me ganó y empecé por apretar sus nalgas discretamente. En mi mente el deseo de volver a follarla al aire libre se volvía tan intenso como el calor que se sentía esa mañana.

Al poco rato, después de comprar los boletos, nos sentamos en una banca que estaba enfrente del barco pirata y empecé a meter una de mis manos por debajo de su blusa. Fui subiendo por su espalda y al llegar a la altura de sus pechos la abracé, apretando uno de sus pechos y acariciándole uno de sus pezones. Podía ver lo mucho que le gustaba.

Los transeúntes se hacían que no veían y la calentura que ambos compartíamos contagiaba a las parejas que pasaban a unos metros de nosotros. Es difícil entender la excitación que se manifiesta cuando agasajas a los ojos de todos. Sus pezones erectos eran evidentes y la dureza de mi verga también.

Llegó el ferry y se empezó a hacer una fila relativamente pequeña que empezamos a dudar que saliese a la hora que estaba acordado dado al poco pasaje que llevaba, pero no, a los 5 minutos empezamos a abordar a la parte de arriba donde vas al aire libre, puedes ver el mar y sentir la brisa en tu cuerpo. Zarpamos y éramos acompañados por 3 parejas más. Mujeres jóvenes con hombres de mi edad al igual que yo con ella. Cada quién iba en lo suyo, platicando y viendo al mar. En algunos pedazos el agua era tan clara que podias ver algunas especies de peces. Al poco rato una de las chicas se emocionó al ver una mantarraya. Al fondo una de las parejas empezó a besarse y tocarse por encima de la ropa y por instinto sexual los demás dejamos de ver el mar y nos hizimos parte de él por unos instantes. Pensé en lo enojado que estaba el sol al ver 4 parejas en un bote en medio del mar tocando a su pareja. Era una ironía que el sol, tan lleno de luz y con una masa tan grande que pudiese atraer a planetas, solo pudiera tenerlos girando alrededor de él, pero seguro era una decisión sabía, porque su calor va más de lo que cualquier cuerpo celeste puede aguantar que si le hicieran caso se quedaría solo.

A nosotros los humanos nos pasa algo parecido cuando somos infieles, perdemos ese planeta que había colisionado con nosotros, lo destruímos. Por eso es importante cuidar y amar, ya que cuando se cuida y se ama no tenemos por qué destruir personas que decidieron formar una galaxia con nosotros y por eso antes de ser infieles es mejor hablar de frente y claro, darles paso a una nueva creación, misma para nosotros también.

Una pareja se quiso unir a nosotros, pero ni ella ni yo estábamos listos para algo así, entonces amablemente les dijimos que no y siguieron su búsqueda por el espacio que se había creado en la terraza de un barco a mitad del mar. Empecé a preguntarme si entre nosotros podíamos hacer prosperar una isla a mitad del mar, pero los besos y tocamientos fueron desvaneciendo esas ideas en mi cabeza. Al poco rato los gemidos brotaron como grillos en la noche. Se iban y venían. Dos parejas, una de argentinos y otra inglesa, intercambiaron. Si estos hubiesen sido políticos, en un 2 por 3 terminarían con el problema de las Malvinas. La rubia inglesa era alta, piel de camarón bajo el sol, de grandes pechos y trasero trabajado. La Argentina era delgada, poco pecho y trasero relativamente mediano. Ambas eran causcasicas. El novio de la argentina era aperlado y con un pene demasiado grande y ancho. El cuerpo atlético. El inglés era choncho. Su pene no era grande. Ambos estaban platicando recargados en la orilla del ferry con la novia del otro en cuclillas haciendo un oral. El primero en acabar fue el argentino. La inglesa disfrutó cada gota de leche cordobés. Sin pensarlo se unió a la argentina. Parecía, aunque no era una competencia, que el inglés había ganado. Volví a pensar en las Malvinas. ¿Y si se hubiera decidido que se las quedaba aquel que tardara mas en acabar?, y nuevamente dejé de pensar al sentir las manos de ella en mi pene. Ver a las parejas me había puesto muy caliente que mi verga se había puesto dura. La tomó delicadamente entre una de sus manos y empezó a jalarla. Una de mis manos se metió por su entrepierna y empecé a tocar. Frente a nosotros la competencia que no era competencia se había ido a una ronda más. Ambas mujeres se habían dejado caer en los asientos, abrieron sus piernas y pidieron la lengua del otro. Mientras las lenguas de los hombres buscaban la miel, las lenguas de las mujeres se perdían en la cueva de la otra.

Relatos que escribí en el tren a casaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora