Llaves - Parte 1

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Si ese día no se me hubieran caído las llaves...el camión no se me hubiera pasado. Fue el inicio de esta cadena de eventos los que hicieron que ella y yo nos conociéramos. La espera de 20 minutos después de la hora en la que siempre llegaba a la avenida, bajo el sol de verano, parecía eterna. Los árboles frente a la escuela tenían años más secos que vivos y no hacían sombra que resguardara del sol abrasador de ese día. Parado con libro en mano, siempre literatura japonesa, y música en mis audífonos, sonando punk rock, veía el pasar de los carros y las personas entrar y salir del mercado rodante. Sonrisas de punta a punta por el almuerzo o alguna prenda de segunda mano que no le pedía nada a una nueva.

La escuela en la que había estudiado hace mucho había sido abandonada. La colonia se había vuelto vieja con el paso de los años y no había alumnado suficiente para mantenerla abierta. Era una tristeza porque era bonita, pero los años sola terminaron por destruirla. No pude evitar sentir nostalgia al recordar momentos que pasé ahí hace no más de 25 años. Yo había llegado a ese lugar cuando entraba a 3er año de primaria. Muchos de mis amigos los conocí ahí, al igual que a mi primer novia. Fuimos muy unidos desde el principio porque ambos éramos los nuevos. Siempre me pareció muy bonita y en secundaria nos hicimos novios. Se llamaba Daniela. Duramos siendo novios hasta la universidad.

En la adolescencia, con los cambios tan notorios que sufre el cuerpo, recuerdo que era la que robaba miradas con tan hermoso cuerpo. Yo había vívido cada cambio de la mano y disfrutado de cada centímetro de su cuerpo durante muchos años.

Un día la distancia nos ganó. Ella se tuvo que ir a estudiar al extranjero y era difícil que pudiera volver en vacaciones. Se había ganado una beca y en receso académico trabajaba para costearse el alquiler que solo era pagado por la universidad en época de clases. Nunca quise que por mí y salvar nuestra relación tirara su deseo de graduarse de matemática en una gran universidad. Lo platicamos, lo acordamos y si en algún momento yo tenía la posibilidad de ir para allá lo intentaríamos, total, tenía 5 años en los que podía pasar mucho, pero no. Yo no conseguí seguir estudiando y el empleo no me daba lo suficiente como para viajar. La comunicación frecuente terminó a los dos años. Después de ello todo se volvió esporádico y antes de graduarse me mandó un mensaje. Asistí de manera virtual a su ceremonia. Me alegré mucho por ella y después de ello consiguió un trabajo en un país europeo que le consumió mucha vida y nunca más volvimos a mandarnos mensaje.

Hace dos meses su hermano me mandó un mensaje por Facebook Messenger diciéndome que Daniela se había quitado la vida. Sentí mucha tristeza. Sus cenizas llegaron dos semanas después de que recibí ese mensaje. Fui a despedirla junto con unos amigos. Fue algo muy bonito. Antes de entregarlas por completo a su familia y quedarse resguardadas en casa de su madre me las entregaron a mí y al grupo de amigos. Fuimos a un bar que abría por la tarde, bebieron, comimos y recordamos cosas de la primaria y secundaria. Cada uno a quienes les fueron entregadas hicieron algo por última vez con ella. Pedí unos minutos a solas para despedirme antes de regresarlas. Ni ella ni yo habíamos vuelto a tener pareja. Supe que ella, al igual que yo, salió con personas, pero nunca hubo una relación formal. Yo en el fondo seguía esperanzado poder ir a intentarlo y ella no lo sé, quizá lo mismo. Platiqué con sus cenizas sobre ese primer día en la primaria. Nos conocimos llorando. Hoy yo era el único que lloraba, esperando que como en la película de Pokémon, una lágrima o muchas, le devolvieran la vida. Recordé el día que le pregunté si quería ser mi novia. Aquella primer despedida, en la que subía al cielo, pero que en horas bajaba, llena de promesas de dos enamorados que terminaron vencidos por el mismo amor que se tenían. Ahora su hogar permanente era el cielo, porque a mí no me importaba si el suicidio la llevaba directo al infierno, solo ella supo por qué lo hizo y su entrada al reino de los cielos no estaba en discusión. Yo me quedaba aquí, buscándola cada mañana, tarde y noche cuando volteaba al cielo, esperando encontrarla. Su hermano vino, tocó mi hombro, me paré y nos abrazamos. En su casa y gente del trabajo dijeron que nunca se le vio depresiva. Nunca nadie supo la razón. No dejó ninguna carta. No mandó un último mensaje. Se fue sin decir nada. Se fue. También me fui yo, pero volvía todos los viernes desde hace dos meses.

Mientras seguía esperando me di cuenta que había olvidado mis lentes, pero no me regresé, si lo hubiera hecho la cadena se hubiera roto.

Por ser domingo los camiones tardaban más en pasar y a mí ya se me había pasado uno. No tengo idea qué me motivó a salir aquel domingo caluroso, solo recuerdo haber estado acostado en cama, levantarme, desnudarme y ducharme. Me puse unos shorts como era usual, una playera lisa color roja, mis Vans, gorra negra, tomé mi libro, el celular y salí. Ni siquiera sabía a dónde ir. Lo único bueno de un verano como el de la ciudad es bañarse con agua helada.

El viento acariciaba a las pocas hojas que los árboles tenían y muchas de estas caían como cuando acaricias el cuerpo desnudo de tu pareja y esta se vuelve sensible al tacto. Ver las hojas caer me recordaba a nuestros domingos en cama, donde ambos, sensibles a las yemas de los dedos, caíamos rendidos el uno al otro. Si las cosas hubieran pasado diferente, me alegro que no haya sido así, hoy estaría en cama con ella, pero ella se fue a cumplir sus sueños y que estos hayan sido azotados por un viento de huracán, era parte de un pronóstico al que todos estamos expuestos. No me alegro de que se haya ido.

Empezaba a desesperarme, no por la espera, sino por el sol. Me considero una persona muy paciente, pero el sol no es mucho de mi agrado.

Durante la espera recordé más cosas que compartí con Daniela. Me detuve en un viaje que hicimos 1 mes antes de que ella se fuera a Helsinki. Fuimos a la Huasteca Potosina. Visitamos lugares hermosos como el Naranjo y Tamul. Me encantaba ver cómo se asombraba al ver el agua tan clara y turquesa, como sonreía al ser bañados por la brisa de la casada de Tamul y como bromeaba y jugueteaba en el agua. Rodeados de árboles, rocas y agua. Despertar a orillas de la cascada que nos arrullaba por la noche. Ver como el sol nace y muere cada día al lado de ella era reafirmar que nuestro amor, al igual que el día y la noche, brillaba y se opacaba, pero siempre había una nueva oportunidad, pues la oscuridad nunca era total, siempre había esa luz que el Sol, a través de la luna y las estrellas, nos regalaba. Ahora, en sus ojos, la oscuridad es permanente. En los míos, llueve, a veces tormentas, otras veces lluvia de primavera.

La espera terminó. Abordé el camión sin rumbo fijo, solo música, un libro y recuerdos en mi mente. Leer a Murakami era garantía de encontrarme con algún suicidio, por ello, dejé de leerlo, por lo menos hasta que lo de Daniela no estuviera tan fresco y yo pudiera asimilar y aceptar su ausencia en carne, porque de mi mente nunca se ha ido ni se irá. Empecé Abandonarse a la Pasión de Hiromi Kawakami y fue ahí donde ella se me acercó. Ambos habíamos iniciado el mismo libro ese día. Otro evento más que sucedió al resbalar mis llaves de las manos y por que no, al haber sentido esa necesidad de salir de casa, empujado por algo o alguien.

Natalia era nueva en la ciudad. Venía del sur del país a estudiar una maestría en literatura asiática. No vi mi cara cuando bajé mi libro al sentir que alguien me miraba, pero juro que tuve la misma sonrisa que cuando le pedí a Daniela que fuera mi novia y dijo "sí". ¿Qué cómo sé la sonrisa de aquella vez? Fácil. A Daniela le pedí que fuera mi novia en una laberinto de espejos. Estábamos en todas partes, era inevitable ver nuestros cuerpos y rostros.

Natalia era de tez blanca, pelo castaño, pecas en su cara, ojos cafés, delgada, media 1.63, con un trasero lindo, unos senos pequeños y una sonrisa tan hermosa como la de Daniela.

"¿En qué página vas?" fueron las primeras palabras que me lanzó y supe que nunca más quería dejar de escucharla. Era una voz dulce, calmada y precisa. Yo, sonriendo aún, no supe que decir por unos segundos y ella volvió a preguntar. Cuando por fin pude responder ya estaba sentada a un lado mío. Recuerdo su olor ese primer día, igual de rico que hasta hoy. "Justo le voy quitando el plástico" le respondí y ella me mostró el plástico también. Ambos éramos nuevos leyendo a Kawakami. Un mes después de ese encuentro leíamos todas las noches en cama relatos y novelas de autores asiáticos, Banana Yoshimoto, Haruki Murakami, Hiromi Kawakami, entre otros. Su aroma combinado con el que desprende un libro nuevo era algo que no quería, como el escuchar su voz, dejar oler por el resto de mi vida.

Al igual que yo, había salido de casa sin ningún motivo más que el impulso de hacer algo. Era su segunda semana en la ciudad y aún no conocía el centro, así que sin pensarlo tanto le propuse ir. Aceptó sin más. Sentí la misma conexión que tuve cuando conocí a Daniela, con la diferencia que éramos dos adultos y no una niña y un niño. A mitad de camino propuse bajarnos y tomar el metro. Tampoco lo había usado hasta hoy por lo que aceptó.

Relatos que escribí en el tren a casaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora