Una semana nueva comenzaba y las ganas de ir a la escuela nunca habían sido tantas desde que me pasaba ratos lamiendo y oliendo sobre el panty de la concha de mi maestra de lenguas. ¿Por qué me escogió? Empezaba a preguntarme, pero luego me di cuenta que no debía, total, había sido yo y nadie más y eso se convirtió en un suficiente. Muchas veces las preguntas no necesitan respuesta y no porque esta en particular no sea retórica, sino que a veces es mejor no buscarla y por ello nunca me atreví a preguntarle. Han pasado casi 5 años de no ver ni saber nada de Nica y ahora que me dedico a escribir relatos, muchos de ellos eróticos, supe que esta historia, totalmente real, era a la vez fantasiosa y encajaba perfecta en el nuevo compilado de relatos que había empezado a escribir hace un mes. ¿Quién nunca deseó tener encuentros sexuales con su maestro o maestra? Esta sí es una pregunta retórica. Nadie.
Otro lunes llegó y dos horas antes de que las clases terminaran, nos llevaron al auditorio para una conferencia sobre “condicionamiento clásico” la cual estuvo muy interesante y rescaté algunas ideas sobre las cuales pudiera escribir más adelante. Las mochilas se habían quedado en el salón y tenía que volver por la mía, además de que habían sobrado algunos minutos y el maestro quería que escribiéramos sobre la conferencia. Abrí mi mochila para sacar una libreta y una pluma, pero lo único que había, además del libro “Los años de peregrinación del chico sin color” de Haruki Murakami, fue un encaje color rosa. Aún conservaba algo de calor y humedad. Nicandra había entrado a dejarlo, era obvio. Era justo como los que usaba y no había nadie, que yo supiera, que estuviese interesada en mí. Fue una forma muy erótica de decirme que ese día las barreras de comunicación entre mi lengua y el deseo aprisionado por la tela no existiría más. Nunca me había sentido tan identificado con el condicionamiento clásico que Pavlov estableció usando a sus perros, una campana y un pedazo de carne, y Nica, sabiendo de qué iba la conferencia, armó todo para convertirme en su perro.
El lunes fue el encaje rosa, el martes un hilo rojo, el miércoles un bóxer azul y el jueves una tanga color melón. Se las había ingeniado para dejarlas cálidas a mi tacto y con rastros de humedad, y yo, después del lunes, sabía que ahí encontraría su ropa interior y tan obvio era que antes de abrir la mochila ya estaba babeando como perro de Pavlov, solo que aún no sabía si la carne iba a ser mía algún día… por ahora solo tenía su calidez, humedad y olor. Esa semana fue así, No hubo encuentro más que el de mis manos con su ropa interior. En casa me masturbaba mientras lo olía y en el clímax de mi paja enrollaba mi pene con el panty y acababa.
Pasaron dos semanas y seguía babeando cada vez que regresaba al salón después del receso, pero ya no había ropa interior en mi mochila. Nica lo había conseguido, me había condicionado tal perro de Pavlov.
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Relatos que escribí en el tren a casa
RandomSerie de relatos eróticos, reflexivos, casuales, aventura, amor, desamor, suspenso y demás que he escrito en los últimos 5 años...