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Otra vez habían tenido sexo como animales en celo durante toda la noche. Cuando cayó rendida, vio los rayos del sol, una tonalidad de naranja y amarillo formándose en el cielo. Sus ojos se cerraban y no tenía energía para tratar de mantenerse despierta, así que cedió.

Su excusa para haberse dejado es que era viernes y podían desvelarse por ya ser fin de semana (no era cierto).

Algo bueno que sacaba de todo eso, es que Damien se levantaba de mucho mejor humor que de costumbre. Incluso tenía la atención de hacerle el desayuno, siendo eso lo mínimo.

Al despertar, tenía la camisa negra del chico puesta, quien no estaba ahí y dejó un espacio vacío, frío y arrugado en la cama. Pasó su mano por donde se suponía que él estaba, suspirando. Su camisa tenía su olor impregnado: perfume de hombre. Era como si lo tuviera ahí. Sin poder evitarlo, llevó su otra mano a su entrepierna y frotó un poco, disfrutando del pensamiento que esos dedos eran los de Damien.

Aunque solo un poco, ya que agarró sus bragas y volvió a ponérselas, fue al baño a lavarse las manos (por si las dudas) con la mirada perdida. Alcanzó a oír la televisión encendida y percibió un olor melifluo, estaba cocinando algo.

Descalza, bajó las escaleras y entró en la cocina. Ahí estaba Damien, cocinando pancakes y oyendo las noticias matutinas de espaldas.

Ver para creer.

Sabía que no eran para él, ya que repudiaba cualquier alimento que tuviera dulce o azúcar. Ni siquiera de niño lo había visto comer una golosina.

—Ya despertaste. — cuando salió de su ensoñación, Damien estaba frente a ella, con un plato de pancakes con miel en sus manos. No parecía muy sorprendido de verla. — Ten.

Le tomó un momento reaccionar. Definitivamente, nunca podría acostumbrarse a Damien haciendo cualquier tipo de esfuerzo por ella.

—Gracias, Damien.

No respondió, aunque pudo vislumbrar un rubor carmín en sus pómulos.

Se sentó en la mesa a desayunar, Damien se sentó a su lado para acompañarla, quien parecía bastante aburrido. Habría empezado a comer, si no fuera porque algo en el noticiero llamó su atención.

—En otras noticias, Mecha-Streisand ha vuelto a arrasar con South Park por demanda de Tom Cruise y otros artistas hartos de ser satirizados por la industria. — el hombre del noticiero se pronunció. — Y aquí tenemos a un estúpido niño rubio que justo ahora trata de dialogar con ella, arriesgando su vida.

—¡Es Phillip! — exclamó, sorprendida.

Saltó de su asiento y se paró frente al televisor, confirmando sus sospechas. Había una pequeña mancha amarilla en medio de una calle vacía, frente a frente con el robot gigante de la actriz. Reconocería ese cabello rubio donde fuera.

—Ese idiota... — refunfuñó el peli-negro.

—¡Detente! — escuchó su voz suave por medio de la televisión, mientras alzaba las manos en señal de rendición. — Mi nombre es Pip, quisiera saber si podrías dejar de aplastar nuestro pequeño pueblo.

El robot gigante ladeó la cabeza, y sin darle demasiada importancia a lo que el joven había dicho, siguió su camino. Phillip, quien estaba atravesado, intentó huir corriendo. Nunca olvidaría su expresión de miedo, la manera en que sus ojos, esos que había visto resplandecer en múltiples ocasiones, se oscurecían.

Lo aplastó.

El robot gigante aplastó a Pip, dejando un rastro de sangre y vísceras detrás. Ni siquiera se detuvo por la vida que acababa de arrebatar. La imagen se cortó de inmediato por orden del presentador.

✓ QUESTION...?, damien thorn.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora